25 jul 2019

China acapara oro y vende activos en dólares por la guerra comercial

Las inversiones en oro realizadas por Pekín para alejarse del patrón dólar y de la carestía de la divisa americana han llevado al metal precioso a valores históricos.

  El Banco Popular de China, el banco central del país, ha comprado más de 70 toneladas de oro entre enero y mayo de 2018, según datos del Consejo Mundial de Oro. La autoridad monetaria asiática llevaba más de dos años sin reconocer movimientos de incrementos de sus reservas del metal precioso, por lo que las cifras oficiales permanecieron sin alteraciones desde octubre de 2016 hasta noviembre de 2018 y fue Rusia la nación que lideraba el ranking de adquisiciones, con 274 toneladas a lo largo del pasado ejercicio, y otras 78 en los cinco primeros meses de este año. En total, ha elevado en este periodo en un 3,7% la proporción del oro en sus reservas internacionales. Una tendencia general entre los bancos centrales desde que la Casa Blanca desencadenó sus políticas proteccionistas y las batallas comerciales. En total, el acopio del metal precioso entre las autoridades monetarias mundiales se disparó en 651,5 toneladas en 2018, un 74% más que en el año precedente, que también se caracterizó por la fiebre del oro. Los analistas consideran que la apuesta de China por el oro tiene como propósito diversificar sus reservas y reducir su dependencia de la moneda estadounidense. Una teoría que corrobora otro hecho reciente: la venta progresiva de bonos del Tesoro americano, adquiridos de manera fulgurante e ingente durante los años que sucedieron a la crisis financiera de 2008. A finales de la primavera, el stock de deuda estadounidense en manos chinas se redujo hasta los 1,1 billones de dólares, frente a los 1,32 billones que poseía a la conclusión de 2013, su cota máxima. En un reciente artículo en Financial Times revelaba una nota privada a clientes del banco de inversión Aberdeen Standard en la que se sostenía que, aunque en China el oro no ha sido utilizado como valor refugio como en otras economías emergentes, principalmente Rusia, tiene sentido que Pekín busque diversificar sus tenencias porque sus autoridades están preparando al país para abordar un mundo con más y oscilantes incertidumbres. El estratega en materias primas de Scotiabank, Nicky Schiels, comparte este diagnóstico. Y añade un dato muy revelador: el oro ha superado en valor a la gran parte de las diez monedas más líquidas del planeta desde que estalló la guerra comercial entre EEUU y China. Además de describir una tendencia que se está perpetuando a lo largo de este ejercicio: el precio del metal precioso es un brote autónomo que va a poner en tela de juicio la habitual correlación directa con el dólar estadounidense, es decir, se está produciendo la batalla por reducir la supremacía del billete verde en las denominaciones del mercado del oro. La onza ha superado con creces los 1.400 dólares en el comienzo del periodo estival. Gran parte de los especialistas en el mercado del oro suelen rechazar el sambenito de que es un valor refugio y de que las carteras de inversión en el metal precioso por excelencia siempre reportan pingües beneficios. No les faltan razones para ello. Aunque sean coyunturales. Aducen que el oro navega en la misma ola y con una relativa semejanza de intensidad respecto de los mercados de capitales. Argumento que constata que no siempre es una inversión segura. Por mucho que el mercado insista en que no existen los flujos de capitales que no comportan algún tipo de riesgo. Pese a que éste pueda ser mínimo. Sin embargo, lo que pocas voces dudan es que sigue siendo el refugio inversor cuando la coyuntura viene mal dada. Con independencia de que crezcan como la espuma los productos financieros, más o menos sofisticados, que tratan de seducir al inversor que entra en pánico cuando su patrimonio está sometido a los vaivenes de una crisis financiera.  

Buena prueba de ello es que el máximo histórico que registró en septiembre de 2011, al cotizar a 1.923,2 dólares la onza, en pleno epicentro de la crisis de la deuda europea, de los rescates en las economías periféricas del euro, de los estímulos desbocados de la Reserva Federal para dotar de crédito a las empresas y de liquidez a las familias estadounidenses o de que el Ejecutivo de Shinzo Abe en Japón tuviera que emprender una serie de reformas estructurales de alto voltaje para reanimar el anémico PIB nipón y alejar el fantasma de la deflación. Los defensores del oro, aquellos que respaldan la tesis de que su valor no está sometido a la volatilidad de los mercados bursátiles, aducen que, si fuera así, su cotización se hubiera disparado por encima de los 5.000 dólares, siguiendo las pautas alcistas de los últimos 20 años. Más bien razonan que este salto en su valor -de 2002 a 2011, esencialmente, y en el último bienio- acompañó, en gran medida, a la subida generalizada de los principales indicadores de bolsa, que se estancaron, desde el mismo año 2007, preludio de la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre del ejercicio posterior. Y que echan por tierra las opiniones de quienes, en sentido contrario, convienen en señalar que el oro no ceja en su empeño de revalorizarse. Lo que parece que navega a velocidad y rumbo de crucero es la producción del oro. En 2017, ya se extrajeron 3.247 toneladas, apenas 5 menos que en el ejercicio precedente, aunque fuese el primer descenso desde 2008, según GFMS Gold Survey 2018. Esencialmente, por nuevas normas regulatorias en materia medioambiental, cierre de minas ilegales y aumento de varios de sus costes productivos. Aunque en el ambiente inversor también subyace la idea de que los canales de obtención del oro han tocado techo y de que sus fuentes de suministro en el primer estadio de la corteza terrestre se están agotando. En el futuro -aducen- este codiciado metal -desde tiempos milenarios-, tendrá que encontrarse en núcleos más profundos, con los consiguientes desembolsos económicos adicionales para lograr su extracción y para acometer las inversiones tecnológicas necesarias para sacarlo a la superficie. Hay países, como Sudáfrica, que después de rebasar las 1.000 toneladas de oro anual en 1970, ha reducido su capacidad productiva. Aunque también hay casos en sentido inverso. China o Rusia han incrementado recientemente su poder de extracción. Aun así, predicciones como las de Standard & Poors hablan de incrementos de extracción de 2,3 millones de onzas, hasta totalizar los 109,6 millones este año. Ahora, dicen sus analistas, la producción es un 40% superior a la de 2008. Aunque prevén descensos en los siguientes años y una nueva irrupción en 2021. En 2024, el incremento será de un 15% más, a través de minas que en la actualidad no son productivas.  En 2018 se extrajeron 3.332 toneladas. Nuevo récord. Con China (404 toneladas); Australia (315); Rusia (297); EEUU (222) y Canadá (197) en el top-five de grandes productores, según la consultora Metals Focus.     Si quieres seguir leyendo noticias relacionadas, haz clic aquí.

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