24 jun 2019

Cómo el uso del teléfono móvil está mermando de manera alarmante nuestra productividad

Es innegable el abanico de ventajas que nos ha traído a nuestras vidas el uso de los teléfonos inteligentes. Gracias a estos pequeños aparatos no sólo podemos comunicarnos con cualquier persona por muy alejada de se encuentre, sino que, por primera vez en la historia, tenemos acceso al mayor nivel de información del que la humanidad ha dispuesto jamás, y todo a la distancia de sólo presionar un puñado de teclas. Sin embargo, y aunque con frecuencia no seamos conscientes de ello, su uso excesivo también está afectando seriamente a nuestra productividad, hasta unos extremos que cada vez un mayor número de especialistas alerta sobre sus efectos nocivos.  

Usos maliciosos de los smartphones

  • Mezclar la vida personal con la laboral. Recibir un correo electrónico en el mismo dispositivo, aunque sea a través de cuentas diferentes, nos despista de lo que podamos estar haciendo. Por ejemplo, si nos encontramos realizando un informe y esperamos que nos envíen ciertos datos, recibir un email de un amigo sobre lo que vamos a hacer el fin de semana o en relación a los resultados deportivos puede fomentar que nos desconcentremos y cometamos errores. Lo mismo puede ocurrir con los mensajes SMS o con la comunicación que recibimos vía aplicaciones, como Whatssap o Telegram.
  • Obsesión por estar al día. La necesidad de estar permanentemente actualizados sobre si nos han enviado una información a nuestro buzón de entrada o para consultar un periódico online contribuye de modo muy poderoso a sacarnos de la inercia productiva en nuestro entorno profesional. Para evitarlo, el único modo es sobrevivir a la tentación de abrir cada pocos minutos el teléfono y mantenerlo a buen recaudo en tu bolsillo. O, para no sucumbir, dejarlo apagado en tu horario laboral o, incluso, guardarlo en otro lugar diferente del que te ubiques.
  • Sobrevivir al poder de la imagen. Nuestros dispositivos incorporan cámaras de alta calidad, con una resolución cada vez mejor e, incluso, dándonos la posibilidad de hacer retoques, incorporar contenidos graciosos o textos. Eso hace que sintamos un fuerte impulso por hacer constantemente fotos o vídeos que también nos sacan de nuestra esfera de concentración. Si a eso le sumamos la tendencia de estar vivos siempre en redes sociales como Instagram o Facebook, donde la imagen tiene un papel fundamental, hace que sea muy complicado a veces poder abstraerse. Sin embargo, hay que sobrevivir a la tentación como sea.
  • Tender a unir nuestra vida física con la virtual. Los diferentes perfiles que manejamos en redes, la desinhibición de poder actuar con otro nombre y con mayor libertad para decir lo que pensamos o la sensación de estar siempre a la última, están provocando que muchas personas tengan problemas para saber separar su realidad cotidiana de lo que sucede en los entornos digitales. Si esto no se maneja bien, acabaremos por dedicar gran parte de nuestra jornada de trabajo a regar nuestra vida virtual, con las consecuencias negativas que eso tendrá sin lugar a dudas en nuestro desempeño profesional.
  • Cerrarnos a los demás. La posibilidad de comunicarnos a distancia y, de este modo, evitar exponernos a la incertidumbre de una conversación one-to-one (mantener las formas, comunicación no verbal, tono de la conversación, cuidado en el lenguaje) es algo muy seductor y cómodo para nuestro círculo de confort. Por ello, aunque nos cueste a veces hay que intentar fomentar el cara a cara con nuestros colegas de trabajo o con otros stakeholders, ya que elementos como la confianza o la empatía sólo pueden lograrse en las distancias cortas.
  • Dejar de reflexionar. Muchos pedagogos aseguran que es crítico que, de vez en cuando, los niños se aburran, ya que de este modo se estimula su creatividad. En el caso de los adultos, los ratos muertos son ideales para pensar en lo que nos ha sucedido o en las tareas que tenemos por delante. Un periodo de conocimiento interior que tendemos a abandonar de forma progresiva, ya que en esos momentos tenemos a nuestros teléfonos inteligentes para entretenernos.
  • La cultura del esfuerzo. Tareas tan sencillas como realizar una operación matemática, escribir manualmente o realizar una planificación en una agenda se han abandonado casi por completo gracias a las utilidades de nuestras aplicaciones digitales. Sin embargo, ese tipo de ejercicios, por mecánicos o sencillos que fueran, contribuían muy poderosamente a desarrollar y estimular nuestra concentración, que luego se trasladaba a otras actividades de nuestra vida, como, por ejemplo, al ámbito profesional.
  • La distracción de los sonidos y de las vibraciones. Si no los mantenemos en silencio, cada vez que entre una notificación a nuestro teléfono, por fútil o vana que esta sea, recibiremos una comunicación en forma de siseo o de sonido que nos advertirá sobre ello. Si estamos trabajando en algo importante, podemos perder el hilo de lo que estábamos haciendo, con todo lo que ello supone en retrasos o en una menor calidad de los resultados.
  • Efectos oníricos. Mirar durante demasiado tiempo una pantalla, bien sea de televisión, ordenador o teléfono móvil termina por influir en nuestro ciclo del sueño. Esto es así porque afecta a la glándula pineal, que es la responsable principal en la producción de melatonina, la hormona que regula nuestro patrón de sueño. Todo ello influye en el estado de ánimo, en la concentración, en el nivel de actividad, y, en definitiva, en nuestro rendimiento en el trabajo.

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