15 nov 2020

Emergencia climática

El pasado 12 de noviembre, en el quinto aniversario del Acuerdo de París (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), el Secretario General de la ONU, António Guterres, realizó una sombría predicción: “Si no alcanzamos la meta (de cero emisiones netas en 2050), los daños que la covid-19 ha causado a la economía, la sociedad y la población palidecerán en comparación con lo que la crisis climática nos depara”.

Aunque la importancia de una respuesta internacional y transversal contra el calentamiento global es conocida desde hace décadas, las acciones tomadas hasta el momento no han supuesto el cambio necesario para lograr un futuro sostenible. A día de hoy, la consecución de este objetivo obligaría a una transformación drástica de la economía mundial en los próximos 30 años: un giro radical hacia una matriz energética basada totalmente en renovables, reforestaciones masivas, protección de la biodiversidad, regulación internacional de tratamiento de residuos y, en conjunto, cambios estructurales en los modelos de producción y consumo.

│Lo urgente no deja tiempo para lo importante

En los últimos años, la emergencia climática ha tomado impulso en la agenda política como consecuencia de una mayor concienciación y movilización ciudadana, a su vez motivada por la creciente frecuencia y devastación de los fenómenos meteorológicos extremos y ante la pasividad y negligencia de las autoridades y grandes emisores. En 2020 se han experimentado los peores incendios forestales de la historia en Australia y EE.UU. y la temporada de huracanes de mayor actividad en Centroamérica y Caribe, así como arrolladores tifones en el Sudeste Asiático y catastróficas sequías y plagas en África. Del mismo modo, numerosos artículos científicos relacionan la deforestación y la reducción de la biodiversidad con la aparición de nuevas enfermedades y patógenos. Ante esta perspectiva y con el fin de abordar el problema de raíz, muchos gobiernos se han comprometido a la toma de medidas ambiciosas. Como ejemplo paradigmático se encuentra la Unión Europea, que ha vinculado su histórico Plan de Recuperación Económica con la consecución de los objetivos  de reducción de emisiones y la promoción de la economía “verde”. No obstante, en muchos casos estas promesas han demostrado estar vacías de contenido y no tener ningún efecto real ni en los modelos productivos ni en los patrones de consumo. China, país que emite un 28% del total del carbono a la atmósfera, fue noticia cuando Xi Jinping se comprometió públicamente a reducir la cifra de emisiones a cero antes de 2060; paralelamente, continúa siendo el principal inversor en proyectos de energía “sucia” del mundo. A esto último se suma la negativa de algunos líderes mundiales a reconocer la urgencia climática, como es el caso de Donald Trump o Jair Bolsonaro. Todo ello en un contexto político global caracterizado por el cortoplacismo, que frena la toma de decisiones ante unas consecuencias que se perciben muy lejanas en el tiempo: lo urgente no deja espacio para lo importante. No obstante, y sin menospreciar el devastador efecto que ha tenido, muchas instituciones han destacado recientemente la oportunidad que ofrece la pandemia para reconfigurar la economía mundial y acelerar medidas que garanticen un futuro sostenible e inclusivo para toda la humanidad.

acuerdo de parís calentamiento global renovables cambio climático
Compártelo:

Te podría interesar