28 abr 2021

El euro asume la hegemonía en los sistemas de pagos internacionales

El sector exterior asume el euro como moneda de cambio, pese al riesgo de apreciación.

La Sociedad de Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWYFT, según sus siglas en inglés) lo acaba de proclamar. El euro gana músculo internacional también como divisa de pagos en las transacciones transfronterizas. Desde octubre pasado ocupa el liderazgo global, en perjuicio lógicamente, del dólar, su rival e indiscutible moneda hegemónica en las reservas de divisas de los bancos centrales o en los mercados energéticos -en especial, el del petróleo- los dos oráculos en los que se refleja la prevalencia monetaria mundial. No es la primera vez que ocurre. Sucedió por última vez en 2013. Pero revela que el euro ha cobrado músculo exterior en la Gran Pandemia. A la divisa europea y al billete verde americano le siguen en el ranking tanto la libra esterlina como el yen, mientras el dólar canadiense se convertía en la quinta referencia tras adelantar al yuan chino. La agitación comercial, la recesión sincronizada global inducida por la Covid-19 y la creciente incertidumbre geopolítica se conjugaron para reducir la proporción de los pagos internacionales denominados en dólares, según reflejan las cifras de esta entidad que maneja los mensajes de transferencias transfronterizas de más de 11.000 entidades financieras en 200 países distintos.

Un fenómeno que añade credibilidad a las advertencias de no pocos analistas del mercado que apuestan por un ciclo bajista de la moneda estadounidense -es decir, una política de dólar débil con la Administración Biden tras su bienio de fortaleza, desde finales de 2017 a los meses que precedieron a la epidemia, cuando arreciaron las guerras arancelarias decretadas por el ex presidente Donald Trump- que pondrá en jaque, incluso, su papel de refugio de las reservas de divisas de los bancos centrales. La Gran Pandemia ha debilitado en más de un 11% -hasta finales de 2020- el valor del dólar y el consenso del mercado se inclina a alertar sobre su, todavía, excesiva sobrevaloración a lo largo de este ejercicio. Aun así, y según convienen el Banco Internacional de Pagos (BIS, en inglés) y el FMI, sigue siendo la moneda preferencial en el circuito financiero, con cerca de la mitad de todos los préstamos transfronterizos y de los títulos de deuda internacional denominados en dólares. En concreto, alrededor del 85% de todas las transacciones de divisas. También acapara el 61% de las reservas oficiales de divisas, afirmaba el BIS en su último informe trimestral publicado, en el que añade que casi la mitad del comercio internacional o exterior se factura en la moneda estadounidense.

Pero, en medio de este contexto, el euro se revela como la alternativa al dólar en un mundo en el que las transformaciones de todo tipo y condición -disrupciones productivas, alteraciones en las cadenas de valor y de suministro, procesos de digitalización, avances hacia la sostenibilidad o las alteraciones arancelarias y las tentaciones proteccionistas que se conjugan con tensiones geopolíticas y cambios substanciales en los patrones de crecimiento del ciclo de negocios post-Covid que se resiste a detonar su pistoletazo de salida- amenazan con alterar el orden monetario del futuro. La moneda europea navega al inicio de 2021 en cotas elevadas y desconocidas desde 2017, el año que marcó la revalorización del dólar. Detonante asociado por la teoría económica a una pérdida de competitividad; en este caso, de una economía especialmente abierta como la europea. O, dicho de otro modo: una revalorización nunca es una buena noticia para las ventas al exterior. Pero hay elementos que inducen a relativizar esta perspectiva. Porque los inversores, cautivados por los criterios ESG, han empezado a ver a Europa con otros ojos. No como la unión de economías de crecimiento lento y nula inflación. Las enfermas del mundo, junto a Japón, que lleva instalado en una estanflación permanente desde hace más de dos décadas.

Los ingentes recursos de la Reconstrucción -de 750.000 millones de euros- la consolidación de un presupuesto común, o la sucesión de los programas fiscales nacionales para frenar los efectos de la epidemia sanitaria sobre hogares y empresas, auguran una recuperación intensiva. De hecho, será la de mayor vigor este ejercicio y el siguiente, según la reciente revisión del World Economic Outlook (WEO) del FMI. Pero, precisamente por su alto grado de aperturismo -en la eurozona, las exportaciones de bienes y servicios alcanzan casi el 30% de su PIB, frente al 12% de EEUU y su índice de globalización supera los de Japón o China- le confiere una mayor dependencia de su sector exterior. En el caso de España, agudizada, además, por ser el espacio que concentra la mayor parte de sus ventas internacionales. El 60,6% del total, como confirma el último informe semestral de la Secretaría de Estado de Comercio. Bajo este panorama -la combinación de la apertura económica y la dependencia de las exportaciones- la eurozona podría verse inmersa en serios problemas si el euro se sigue revalorizando. Quienes presionan para que el euro tenga un papel internacional más fuerte deberían tomar nota. Porque, si bien un cambio semejante podría ser deseable desde un punto de vista geopolítico, los efectos económicos colaterales son menos claros. Para una economía sumamente abierta como la eurozona, implican desventajas significativas. Muchas más que en la estadounidense, cuya vulnerabilidad a las fluctuaciones del tipo de cambio es más limitada por no ser tan permeable ni dependiente de los intercambios de bienes y servicios. Además de por el llamado paradigma de la moneda dominante con el que el FMI se refiere al abrumador predominio del dólar en las facturas comerciales, que mantienen el precio de sus exportaciones relativamente estable. Incluso cuando su tipo de cambio oscila con respecto a otras monedas.

Europa, en cambio, se mueve en otros parámetros. Las exportaciones europeas se tornan menos competitivas cuando el euro se aprecia, lo que distorsiona su economía. Motivo por el que desde el BCE, sin entrar nunca a valorar el tipo de cambio -no está entre los principios rectores de sus estatutos fundacionales-, se suele admitir “cierta preocupación” siempre que el valor de la divisa ofrece signos de alteración. Es el juego retórico que utiliza bajo su jerga monetaria. Un ejercicio medido con el que trata de dar equilibrio a su deseo de que la divisa europea conserve una trayectoria de fortaleza internacional sin que alcance un valor excesivo que deteriore al sector exterior del espacio monetario.

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