23 feb 2021

FAA, el olvidado tratado de libre comercio del continente americano

Según Foreign Policy, la Casa Blanca debería apostar por una ambiciosa integración económica del continente americano, paso clave para dinamizar otros mercados geográficos.

¿Y si 2021 fuese el año del libre comercio? Ryan C. Berg lo plantea en Foreign Policy. A partir de una cronología retrospectiva de luces y de sombras del comercio en el llamado, en terminología anglosajona, el Western Hemisphere. El año 1994 fue su punto de inflexión. El ejercicio del optimismo comercial. EEUU, México y Canadá firmaron el Nafta y la Casa Blanca convocó la primera Cumbre de las Américas, proyecto para la creación de un área de libre comercio desde Alaska a Patagonia. Algo más de un cuarto de siglo después, el acuerdo norteamericano se ha modernizado, el Umsca se ha convertido en un Nafta 2.0, pero en la agenda continental ha desaparecido por completo la iniciativa de un mercado de unificación de ambos hemisferios americanos. En los pasillos del Despacho Oval ya se agolpan varias propuestas -con grupos de influencia de por medio- para que la Administración Biden se pare a sopesar esta propuesta y desempolve una idea que partió de la presidencia de Bill Clinton. “Hay que lograr que deje de dormir el sueño de los justos”, explican estas fuentes, y devolver la propuesta a la lista de prioridades comerciales del futuro inquilino de la Casa Blanca.    

El Free Area of the Americas (FAA) sería un acicate en medio de la Gran Pandemia. No siempre ha sido obvio el abandono de EEUU de sus vecinos continentales en materia comercial. Con las excepciones de sus socios aduaneros, México y Canadá. Mientras la región ha sufrido décadas de anemia en sus ritmos de crecimiento, con registros por debajo de otras latitudes emergentes y en desarrollo. Los PIB del conjunto de países que conforman la comunidad americana, incluso con la suma del mexicano y el canadiense, apenas superan la tercera parte de la dimensión de la mayor potencia del planeta, por encima ya de los 20 billones de dólares. El gran premio en el terreno del libre comercio de las distintas administraciones estadounidenses siempre ha sido el de alcanzar tratados en Asia y, en menor medida, con Europa. Sin embargo, a pesar del cambio de inquilino en la Casa Blanca, la UE mantendrá con Washington fricciones para restablecer la relación transatlántica. Entre otras, en el orden de la Seguridad y la Defensa. Con iniciativas que apuntan a un mayor gasto militar y una configuración propia de Ejército común. Pero también se ha abierto un frente difícil de cerrar sobre la regulación de las bigtechs estadounidenses en sus negocios en el mercado interior. Asia, por su parte, recela de las intenciones reales de libre comercio de EEUU tras la salida fulgurante de la Administración Trump del acuerdo suscrito por Barack Obama en el Trans-Pacific Partnership (TPP), sólo unas semanas después de acceder al cargo. Incluso si Biden decide la reincorporación más o menos inmediata, EEUU habrá perdido un tiempo esencial para competir en esta extensa área aduanera con su gran rival, China, pese a que no es país signatario. En el mejor de los casos, Biden podrá acelerar su incorporación a la Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), de la que forma parte Pekín, junto a los tigres asiáticos y de la Asean e, incluso, con aliados como Australia y Japón. En casi todos estos casos, EEUU habrá llegado tarde. 

La realidad geoestratégica deja a América como el lugar preeminente para instaurar la estrategia de libre mercado. En un área con avances reconocidos de prosperidad, integración y democracia que, sin embargo, necesita una indudable carga de acuerdos que espoleen sus economías hacia su potencial de crecimiento real. China ya es el principal socio comercial e inversor de muchos de los países latinoamericanos y del Caribe. A donde ha dirigido sus líneas de financiación y sus préstamos para la construcción de redes de infraestructuras a cambio de acceso a sus fuentes de materias primas. Es la mano invisible china que también se ha acabado apreciando, con altos índices de endeudamiento -sin apenas opciones de reestructuración- en las naciones africanas en las últimas dos décadas. Mientras en la batalla abierta por el 5G y Huawei, EEUU ha obligado a sus socios norteamericanos -México y Canadá- a abandonar la idea de elegir a la multinacional china como operadora de las redes de quinta generación. Con el resto de naciones latinas, esa presión podría caer en saco roto. A menos que les pongan sobre la mesa la recuperada FAA, que afianzaría los lazos diplomáticos perdidos en la llamada Puerta Trasera de EEUU. Cuando la Casa Blanca será la anfitriona de la próxima Cumbre de las Américas, en 2021.

Sobre todo, en un momento de suma debilidad del comercio global. Richard Baldwin, profesor de Economía Internacional en The Graduate Institute de Ginebra y ex presidente del Center for Economic and Policy Research (CEPR), enfatiza que la pandemia “está cambiando el mundo de forma precipitada y mucho más contundente que los presagios y las expectativas del mercado, bajo unas fórmulas y mecanismos que superan todo augurio reciente”. La recesión sincronizada global “ha sumergido al comercio en una fosa impredecible”. La crisis de 2020 ha sido el mayor colapso del comercio global. El shock de la Gran Pandemia ha sido demoledor. Ha sumergido en otra recesión sincronizada al G-7 -la segunda, tras la de 2008- que, de forma combinada, aportan el 60% al PIB global, mientras la asimetría entre la oferta y la demanda de productos mundiales, ha drenado el 65% de su producción manufacturera y paralizado el 41% de sus exportaciones industriales. Fenómeno inaudito al que se han añadido cambios de calado en los ámbitos laboral y del consumo. Con la digitalización como auténtico motor de estas transformaciones y la Covid-19 como combustible de propagación irremediable.

En este contexto, la Administración Biden debería valorar la idea que consiguió mover los flujos comerciales interregionales como nunca antes en los años finales del siglo pasado y del inicio del actual milenio. Pese a que, en la actualidad, hay cierto resentimiento latinoamericano por el viraje estadounidense hacia Europa y Asia. “Si, además, tras la reconversión del Nafta 2.0, Canadá y México consiguen cuotas de mayor interrelación comercial e inversora en Latinoamérica para equilibrar sus intercambios de mercancías y capitales y a esta iniciativa se une Brasil y Chile, que es miembro del TTP, y otros socios de la Alianza del Pacífico, como Colombia y Perú, la iniciativa de las Américas tomará un rumbo con plena capacidad de crucero”, escribe Berg, que vendría a completar el premio más substancial: un acuerdo comercial con Asia. En apoyo a esta táctica se une el cada vez mayor respaldo social a las alianzas comerciales que destaca en las encuestas de firmas demoscópicas como Gallup entre la ciudadanía estadounidense. Y daría más versatilidad y potencia a la economía de EEUU, sumida en una tensa incertidumbre, como las del resto de las potencias industrializadas, por emprender el despegue del ciclo de negocios post-Covid.

En especial y, sobre todo, porque la UE y China ultiman un importante acuerdo de inversiones que incomoda a Biden, como desvela Financial Times. Días después de haber sellado el Brexit y de haber forjado su liderazgo comercial bajo el paraguas de 137 acuerdos de libre tránsito de mercancías. Los más recientes, con Singapur, Japón, Canadá, Corea del Sur, Vietnam, Australia o Nueva Zelanda y, con algo más de trayectoria, con Mercosur y México.

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