03 mar 2020

La renovación del panel de arbitraje de la OMC

La OMC está paralizada. Con la renovación de su presidencia pendiente para este año, la Casa Blanca ha cesado las funciones de su órgano de resolución de disputas.

La función de la Organización Mundial del Comercio (OMC) como máxima autoridad global de la libertad de intercambios de mercancías, bienes y servicios ha quedado en entredicho desde que, el pasado 11 de diciembre, los siete jueces que se encargan de resolver las disputas entre sus 164 países miembros -y sus 23 en régimen de observadores-, con visos de asumir a medio plazo el plácet de ingreso en la institución a la que se considera la gendarme de la actividad comercial del planeta, hayan dejado de ejercer su labor de árbitros. De desarrollar su autoridad; de velar por el cumplimiento de las reglas de juego del libre flujo comercial. Una situación inaudita en los 25 años de historia de este organismo multilateral. Desde entonces, el panel de resolución de conflictos está, oficialmente, cesado en sus funciones. Por la decisión de EEUU de bloquear y vetar las renovaciones de sus cargos. Una situación que deja en un limbo el cumplimiento del fair play comercial que se autoimponen sus países signatarios al aceptar el ingreso en la OMC y que, a juicio de los observadores internacionales, invita al anarquismo en medio de un cada vez más sombrío panorama de proteccionismo. De escalada de las hostilidades entre mercados, con subidas arancelarias en numerosos sectores productivos que impiden el normal funcionamiento de los flujos de comercio y ocasionan un déficit de abastecimiento a los sistemas productivos. Este órgano de apelaciones de la OMC no es demasiado conocido en la opinión pública mundial. Pero es de esas instituciones que, de no existir, habría que inventarlas. Se configuró en 1995 y es el encargado de escuchar las reclamaciones, quejas o denuncias que cualquiera de sus 164 países signatarios puede plantear por supuestos de alteración de las reglas de juego comercial. Es decir, actos que puedan atentar contra el libre tránsito de mercancías o las normas tarifarias estipuladas entre mercados. También por prácticas que impiden la libertad empresarial. Y este último factor es el que está detrás del bloqueo estadounidense. La decisión de Washington está relacionada con su batalla contra Airbus y las amenazas que penden sobre las exportaciones al mayor mercado del mundo procedentes de Europa. El nuevo foco de riesgo de nuevas subidas de aranceles. EEUU acusa a la UE de haber implantado un sistema de subvenciones y ayudas al gigante europeo de la aeronáutica, que disputa la mayor parte de los contratos con las líneas aéreas con la norteamericana Boeing. Desde su creación, el panel de apelaciones de la OMC ha mediado, instruido y sentenciado más de 500 casos de conflictos comerciales. Antes de 1995, el sistema comercial que ha comandado la globalización era menos estable y más propenso a cometer prácticas dañinas. El llamado Acuerdo General de Tarifas y Comercio, el ente que precedió a la OMC, tenía reglas, pero no jueces. Y las grandes economías se hacían con los derechos de pernada en el tránsito comercial. También ha sido la catapulta de la actividad del intercambio de mercancías, bienes y servicios. Porque esta rúbrica productiva ha pasado de representar el 41% del PIB global, un año antes de la puesta en marcha de la OMC, hasta el 58% al término de 2017, último ejercicio sin batallas comerciales con subidas arancelarias. El rechazo de la Administración Trump a su renovación es un síntoma más de las sospechas que la comunidad internacional achaca al presidente estadounidense sobre su rotunda oposición al normal funcionamiento de las instituciones multilaterales. La mayoría de las naciones se declara partidaria de arbitrajes independientes, hasta que sufren o experimentan actos comerciales que consideran perjudiciales a sus intereses. También los dos antecesores de Donald Trump en el cargo, tanto George W. Bush como Barack Obama, trataron de influir en la designación de estos jueces de la OMC. Como no es menos cierto que la OMC necesita imperiosamente una eficiente modernización interna. Lo conveniente, según los observadores internacionales, es que pusiera bajo revisión sus reglas de juego cada década, para adaptarlas a las nuevas fórmulas de comercio y a las plataformas digitales que, por ejemplo, empiezan a dominar la actividad económica en todo el planeta. Pero su parálisis reformista no debería servir de excusa para obstruir su tarea, la de vigilante de la globalización de los mercados. En su defensa, conviene recordar que esta institución ha duplicado sus socios desde 1995, con los consiguientes poderes de veto, lo que ha impedido en no pocas ocasiones su constante renovación. Además de tener que lidiar con una serie de impedimentos doctrinales. Porque la entrada de China en la OMC, en 2001, no concedió al gigante asiático el estatus de economía de mercado y, a día de hoy, las grandes potencias industrializadas siguen sin intención de otorgarle un galardón que concedería a Pekín un aval de entrada en otros organismos como la OCDE o, incluso, el G-7. La cuestión china es una anomalía per se. Entronca con el fondo real del espinoso asunto de las hostilidades comerciales entre las dos mayores economías del planeta. La decisión del ingreso de China fue acordada por toda la comunidad internacional. Pese a que en la llamada gran factoría mundial persisten prácticas de muy dudosa libertad económica. Esencialmente, dos. El control del tipo de cambio del rinminbi, la divisa china en los mercados globales, a través de un opaco sistema de control de fluctuación que maneja el Banco Central de China, vinculado estrechamente al gobierno de Pekín. Y el límite de entrada del capital extranjero en sectores estratégicos. Las elecciones de noviembre en EEUU podrían acabar con el bloqueo, si Trump no logra acceder a un segundo mandato. Pero, con independencia del futuro escenario político estadounidense, la situación de la OMC seguirá siendo tensa. Las disputas comerciales entre Japón y Corea del Sur son otro punto de alto riesgo sistémico para el libre flujo de mercancías, bienes y servicios. Como también la postura de EEUU y de China de querer imponer sus criterios sólo por el peso y el tamaño de sus economías. Pese a que, si el armazón normativo de la OMC se desmantelara, ambas superpotencias serían más vulnerables. En una época de ralentización económica. En la que las fricciones comerciales no han causado una recesión global, pero en la que el comercio se ha frenado en seco, lo que ha hecho descender en un 20%, según datos del primer semestre de 2019, las inversiones de las firmas multinacionales. De aumentar los peligros de contracción global -y desde los bancos de inversión y servicios de estudios financieros se habla de entre un 25% y un 30% de opciones para este año- las tentaciones para reajustar los aranceles volverán a aflorar. Y, sin una respuesta precisa desde la OMC, que no tendrá operativo, presumiblemente, su panel de arbitraje para dilucidar las disputas que, a buen seguro, surgirán con o sin actividad económica al alza. Si quieres seguir leyendo noticias relacionadas, haz clic aquí.
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