Motín Wagner

Prigozhin, anteriormente conocido como el chef de Putin, llamó a un levantamiento contra el ejército ruso a quien acusó de haber mentido sobre Ucrania para justificar su invasión. Así pues, el grupo paramilitar tomó los edificios oficiales de la ciudad de Rostov del Don, fronteriza con Ucrania, y avanzaron hacia Moscú en una columna de blindados sin encontrar oposición. Horas después, tras superar la localidad de Voronezh a 500km al sur de Moscú, Prigozhin ordenó el repliegue de sus tropas para “evitar el derramamiento de sangre”. Las negociaciones con el empresario ruso, lideradas por el presidente de Bielorrusia Aleksandr Lukashenko, se intensificaron al final de la jornada, tras el discurso en el que el presidente Putin acusaba a Prigozhin de traidor. Finalmente a Prigozhin se le ha permitido exiliarse en Bielorrusia y el acuerdo alcanzado también incluye garantías de seguridad para aquellos que participaron en el intento de rebelión. El líder de Wagner mantenía un conflicto con la cúpula militar rusa, en concreto con el ministro de Defensa, Sergei Shoigú, a quien acusaba de negar municiones y apoyo logístico a los mercenarios. Shoigú ha sido el impulsor de una serie de medidas para que el grupo paramilitar ruso se integre en el ejército a partir del próximo mes de julio. El grupo Wagner ha protagonizado los enfrentamientos más sangrientos de la guerra en Ucrania como la toma de Bajmut de hace unos meses, lo que ha concedido a Prigozhin un poder y una relevancia política crecientes. El órdago lanzado por el chef de Putin, sin embargo, ha cruzado todos los límites esperables y ha enfrentado al Presidente a su mayor desafío interno desde que se encuentra en el poder. Los escasos avances de Rusia en Ucrania han provocado una profunda fractura en el país, tanto entre la sociedad como entre la propia cúpula política. El intento de rebelión de los Wagner no hace sino mostrar que las grietas internas del Kremlin son mucho más visibles de lo que se pensaba.