Triple crisis

En efecto, tanto la difícil situación económica como la actual oleada de tensiones políticas que enfrenta al ex primer ministro Imran Khan, el líder político más popular del país, con el jefe del ejército, el general Asim Munir, está generando un caldo de cultivo idóneo para el auge del terrorismo. La dramática detención de Khan el 9 de mayo desencadenó protestas y disturbios por todo el país. Se atacaron instalaciones, símbolos y puestos de control del ejército pakistaní, llevando las tensiones políticas a un punto de ruptura. Al mismo tiempo, la difícil situación económica y el alza de la inflación están provocando las reticencias del gobierno a llevar a cabo una reforma fiscal que permita a los acreedores y las IFIs extender su apoyo financiero, lo que está generando un creciente temor a un default de deuda externa. En este contexto, los grupos terroristas de Pakistán, en particular Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP) y los separatistas baluchis, parecen dispuestos a aprovechar la situación como demuestra el incremento de los ataques en los últimos meses. A esto hay que añadir que tras la toma de Afganistán por los talibanes en agosto de 2021, la situación de la seguridad en Pakistán se ha hecho más precaria en su porosa frontera occidental. Esta semana la situación ha afectado incluso a las relaciones con Irán que denunció el pasado día 21 de mayo que un atentado "terrorista" había causado la muerte de al menos seis guardias de seguridad cerca de la frontera sur con Pakistán, y afirmó que los asaltantes intentaban infiltrarse en Irán. En esta situación, el gobierno ha decidido desplegar al Ejército en las provincias de Punjab y Khyber Pakhtunkhwa donde los ataques sobre las estaciones de policía se han intensificado. Sin embargo, muchos temen que ello no solo expondrá a las tropas a posibles ataques en las principales ciudades, sino que también desviará su atención de las operaciones antiterroristas y de contrainsurgencia en curso.