06 mar 2019

El espacio indo-pacífico compite con China en Asia

Japón, EEUU y Australia buscan inmiscuir a Nueva Delhi en una estrategia competidora frente a la segunda economía global en el gran continente.

 

India es el centro neurálgico de una iniciativa geoestratégica en Asia auspiciada desde Japón y que pretende involucrar a EEUU y Australia. Es una idea a la que trata de modelar de manera constante su mentor, el primer ministro japonés Shinzo Abe, desde mediados de 2016. Aunque sea, en el fondo, una vieja táctica: involucrar a India en una carrera competitiva frente a su gran vecino del norte, China.

Para ello, Abe y la doble y siempre efectiva diplomacia nipona -la política y la económica- han rescatado el término Indo-Pacífico, con el que pretenden enfrentar a otro concepto, más asentado en todos los órdenes, el de Asia-Pacífico.

Desde Tokio se habla desde entonces abiertamente de un espacio libre y abierto Indo-Pacífico con el que se ha familiarizado. Incluso, Donald Trump, que lo ha empleado con frecuencia a la hora de emitir sus diagnósticos sobre el continente más poblado de la Tierra -ostenta el 60% de la población global, con 4.500 millones de habitantes y el 28% del PIB global, que aumentará hasta el 52% en 2050 según las proyecciones del Banco Mundial- y en los mensajes con los que justifica la guerra económica y comercial que ha desatado contra Pekín. Aunque también aparecen en los análisis de seguridad y defensa del Pentágono americano.

Sin duda, por influencia de su gran aliado anglosajón en la región, Australia, que desde 2013 usa esta nomenclatura en sus informes oficiales de seguridad, geopolíticos y económico-comerciales cuando se trata de tomar posición en la defensa de sus intereses en Asia.

Japón, Australia, India y EEUU se comprometieron en Manila, ya bajo la presidencia de Trump, a seguir el imperio de la ley y fomentar la libertad en el orden internacional en la conocida como Declaración de Manila, a finales de 2017. Dentro de lo que denominaron expresamente como la estrategia Indo-Pacífica que, entre sus principios motrices señala a China como competidor y rival en el continente. Nada nuevo en el horizonte.

Sin embargo, este concepto fue utilizado por la Casa Blanca durante la Guerra Fría. Desde la expansión soviética por el Océano Índico tras la retirada británica de Suez. La presencia militar estadounidense en el Índico, muy visible desde 1972, tenía un centro de operaciones estratégico y unificado: la táctica Indo-Pacífica. Aunque la nueva visión de Abe la ha modernizado. La ha adaptado a los tiempos. Su interpretación habla a las claras de una confluencia entre los dos océanos, el Índico y el Pacífico, que involucra a India en su desafío, como potencias marítimas y democráticas, de instaurar y expandir la prosperidad a través de la libertad de mercado y de comercio.

En una suerte de comunidad de intereses de gran dimensión territorial, como gusta describirla al primer ministro nipón, una inmensa red de personas, bienes, capitales y conocimiento que fluya sin obstáculos ni barreras. De ahí que Abe no desista en convencer a Trump -o a su sustituto, si no revalida el mandato en los comicios presidenciales de 2020- para que Washington se incorpore al Trans-Pacific Partnership, el TPP del que salió a los cuatro meses de que Barack Obama plasmara su firma.

La liberación comercial

El acuerdo de liberalización comercial entre las dos orillas del Pacífico tardó siete años. Desde 2008, durante los prolegómenos de la crisis financiera, hasta 2015. Básicamente, porque EEUU y Japón emplearon largas discusiones en limar sus diferencias competitivas.

Al final, se unieron a la primera y la tercera potencia global Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Un acuerdo del que se excluyó a China que, sin embargo, cerró con sus vecinos asiáticos y de la APEC; es decir, también de la orilla americana del Pacífico.

Pero, sin embargo, selló una alianza preferencial con la India de Narendra Modi. Por aceptar los altos estándares del TPP, frente a la forma de proceder del gigante asiático. Este cuarteto de países también está detrás de la doctrina de apaciguamiento que Nueva Delhi ha implantado tras el reciente derribo de dos cazas indios por parte del Ejército paquistaní, su enemigo histórico, con el que mantiene una carrera nuclear desde finales de los noventa y un conflicto territorial eterno, el de Cachemira.

Incluso con unas elecciones a la vista -se celebran en mayo- y en donde el tono nacionalista del partido hinduista Bharatiya Janata de Modi podía haber desencadenado las hostilidades. Al menos, retóricamente.

Sin embargo, Delhi parece que se ha empapado de la doctrina de Abe. Porque la concepción Indo-Pacífico cree en el dinamismo económico conjunto entre Asia y África, impulsa la integración regional entre las economías de ambos océanos, promueve infraestructuras y conectividad entre ellas y habla de contrarrestar la influencia geopolítica de la Nueva Ruta de la Seda -Road Belt Initiative- que ha impulsado el presidente chino Xi Jinping.

Además de apostar por lo que denomina área de seguridad marítima para proteja las rutas comerciales y de navegación, ante la creciente militarización china de su Mar del Sur. A este cuarteto les gusta también llamar a esta iniciativa el diamante democrático de seguridad

Australia dentro de la ecuación

Desde el punto de vista indio, esta idea de Tokio concuerda con su política de Actuación hacia el Este, una estrategia nacional en la que se admite la preocupación de Delhi por el corredor económico que se han propuesto construir China y Pakistán y que permitiría ejercer la influencia directa de Pekín en territorios como Sri Lanka, Bangladesh o Myanmar. De ahí las maniobras navales que se han sucedido en los últimos años entre las armadas de EEUU, Japón e India.

Del mismo modo que convence a Australia, aislada del cuadro de mando asiático por su condición de nación insular oceánica, pero que le permite margen de maniobra para diseñar su diplomacia con sus aliados del continente asiático. Canberra está muy interesado en la estabilidad entre los dos océanos. Además de en expandir sus alianzas de seguridad a aquellos vecinos que no perturben los objetivos de EEUU, su principal socio geoestratégico.

Por eso, la confluencia que propone Tokio le acerca a los propósitos económicos, comerciales y militares nipones. En favor del orden regional Indo-Pacífico que no tiene reparos en llamar a China competidor estratégico en lo político, rival ajeno a las leyes de mercado en lo económico y poder revisionista en el terreno de la defensa por su constante búsqueda de acciones que torpedean la ética y los valores estadounidense. En un intento nada disimulado por adoptar la versión de Washington de la falsa competitividad de Pekín en el orden económico-comercial.

China como rival competitivo

Por último, y a los ojos de Washington, la estrategia Indo-Pacífico se adapta como un guante a sus principios de defensa de la seguridad nacional en la que tanto incide la Administración Trump en asuntos tan diversos como sus políticas de inmigración o su doctrina proteccionista. Aunque la cuestión principal es saber si, en un futuro inmediato, países como Corea del Sur u otros socios de la ASEAN están dispuestos a adherirse a una alianza que exige declarar a China como un rival competitivo.

Pero, obviamente, China no se ha quedado de brazos cruzados. Mientras ultima lo que parece que será un armisticio comercial con EEUU, sus lazos con Rusia, tradicionalmente recelosos, se han fortalecido en los últimos tiempos. Algo que podría generar problemas a EEUU y la visión Indo-Pacífica en conjunto.

Cincuenta años después del conflicto armado desencadenado por China contra el ejército soviético establecido en la Isla de Zhenbao, porción de terreno irrelevante, pero de alto valor estratégico para Pekín, en el Río Ussari, que divide a las dos superpotencias en su frontera oriental y que instauró una versión bilateral de Guerra Fría desde 1969, las relaciones entre Pekín y Moscú se han transformado. Bajo un mismo criterio: la oposición a EEUU. En todos los ámbitos; pero, sobre todo, en el geopolítico y en el ideológico.

La actual parece ser una estrategia perdurable. La compraventa de armas entre ambas naciones se ha intensificado exponencialmente, mientras ambas superpotencias nucleares desarrollan maniobras conjuntas en el Báltico y en el Mar del Sur de China. Incluso algún despliegue militar chino, como la Operación Vostok, incluyó a 3.200 soldados del mayor ejército del mundo. Rusia, por su parte, ha elevado el nivel de rinminbis -la divisa china en los mercados internacionales- en la reserva de monedas extranjeras de su banco central para hacer frente a las sanciones que le ha impuesto EEUU.

Pese a las dudas que suscita en Washington, la entente cordiale entre los dos enemigos irreconciliables, parece no tener fisuras. Al menos de momento. Porque a Rusia le interesa la expansión de su influencia en Asia Central y a China las inversiones y el petróleo de Rusia en su planificada Ruta de la Seda.  

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