03 dic 2025
TRIBUNA CESCE RIESGO PAÍS. ¿Qué considera Trump una victoria en Venezuela?
La tensión entre Venezuela y Estados Unidos ha escalado en el Caribe a niveles que no se veían desde la Guerra Fría. El despliegue militar estadounidense, la creciente fragilidad económica e institucional de Caracas y la incertidumbre sobre el futuro del chavismo han configurado un escenario excepcionalmente volátil. Para anticipar hacia dónde puede evolucionar esta crisis, es esencial entender cómo se ha llegado hasta aquí y por qué Washington ha decidido intensificar la presión precisamente ahora.
El deterioro venezolano es prolongado y estructural. La economía lleva años en contracción, la industria petrolera opera muy por debajo de su capacidad y las elecciones de 2024 —cuestionadas y seguidas de mayor represión— aceleraron la erosión institucional. Esta debilidad ha reducido la capacidad del régimen para absorber la presión exterior. Washington, que desde hace años busca la salida de Maduro, percibe ahora una ventana de oportunidad inédita: el arancel del 25% al petróleo venezolano y la reducción de compras por parte de China constriñen aún más las finanzas públicas, erosionando especialmente el apoyo de los niveles medios del Estado, donde la lealtad depende de recursos que hoy escasean.
En este contexto, la administración Trump ha actuado con una intensidad inusitada. El despliegue naval en el Caribe, la designación del llamado Cartel de los Soles como organización terrorista y los ataques contra embarcaciones vinculadas al narcotráfico no parecen responder a un cambio sustancial en los flujos de drogas: Venezuela no figura, según la propia Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), entre las principales rutas de entrada de estupefacientes al país. Más bien reflejan la percepción de que el régimen atraviesa su punto más débil en una década. En el plano jurídico, distintos expertos recuerdan que, según la Carta de las Naciones Unidas, el uso de la fuerza en territorio de otro Estado solo es lícito en casos de legítima defensa o con autorización expresa del Consejo de Seguridad, por lo que el encaje legal de estas operaciones en el ámbito del derecho internacional podría ser cuestionado.
El Gobierno de Nicolás Maduro ha respondido endureciendo su discurso y tanteando vías de escape. En lo militar, moviliza tropas y milicias e intensifica la narrativa antiimperialista. En lo diplomático, intenta convertir el petróleo en palanca de presión internacional, advirtiendo de que la tensión podría afectar a su limitada producción y generar problemas globales. Pero su margen es estrecho. En paralelo a la retórica desafiante, ha explorado vías negociadoras: ofreció acceso preferente al petróleo y minerales, y la entrega de mandos implicados en casos de corrupción o narcotráfico como chivos expiatorios.
La presión llegó tan lejos que, según informaciones recientes, Maduro transmitió a Washington una propuesta de salida personal: garantizarse una amnistía total, el levantamiento de sanciones, la retirada de causas judiciales internacionales y la formación de un gobierno interino presidido por Delcy Rodríguez. Este planteamiento, formulado en la conversación que ambos mandatarios sostuvieron el 21 de noviembre, revela hasta qué punto la presión de Trump está surtiendo efecto. Pero Washington considera inaceptable la propuesta: equivaldría a legitimar una transición controlada por el propio chavismo.
Aquí entra en juego el ultimátum. Tras esa conversación, Trump concedió a Maduro una semana para abandonar el poder bajo garantías, plazo que el líder venezolano dejó expirar. Esto elevó el coste político de no avanzar y desencadenó la decisión de cerrar el espacio aéreo venezolano como señal de presión. Estados Unidos no aceptaría una negociación diseñada para preservar intacto el poder chavista, porque eso equivaldría a regresar con las manos vacías tras haber asumido el coste político de una demostración de fuerza tan visible y arriesgada.
¿Y ahora qué?
Trump enfrenta un dilema: necesita un resultado que justifique la escalada, pero no puede permitirse una guerra abierta. Una intervención directa sería impopular y costosa. A ello se suma un elemento que ninguna estrategia puede ignorar: la imprevisibilidad del propio Trump, capaz de introducir movimientos bruscos si considera que necesita un golpe de efecto, como muestran sus recientes amenazas de iniciar ataques por tierra contra narcotraficantes. Aun así, sus opciones reales están limitadas. Por eso exige avances, descarta la opción militar convencional y mantiene abierta la posibilidad de acciones puntuales y de impacto simbólico —más demostrativas que decisivas— si el régimen no cede.
Lo más probable —aunque no siempre lo más seguro con Trump— es una estrategia de desgaste progresivo: combinar presión militar limitada, sanciones económicas, operaciones encubiertas y diplomacia coercitiva para erosionar gradualmente la cohesión interna del régimen y elevar el coste de sostener a Maduro. Este desgaste no busca un colapso inmediato, sino modificar los incentivos de quienes sostienen el aparato chavista.
Ese proceso puede conducir a dos escenarios principales, y a un tercero de baja probabilidad.
El primer escenario es una salida negociada con garantías para parte del chavismo. Para que fuera aceptable para Washington, requeriría concesiones verificables: cambios institucionales, apertura política supervisada o una transición no controlada por el círculo más estrecho del chavismo. La oferta planteada por Maduro no cumple estos requisitos; busca preservar su núcleo de poder.
El segundo escenario es un reacomodo interno en el chavismo. La presión económica y diplomática eleva el coste de sostener a Maduro, especialmente entre los militares y cuadros medios. Si estos actores concluyen que su continuidad pone en riesgo al sistema, podrían sustituirlo para preservar la estructura del poder. No sería una transición democrática, pero sí un giro que Washington podría presentar como una victoria estratégica sin necesidad de intervención directa.
El tercer escenario —el colapso total del chavismo— circula en el debate público, pero carece de fundamentos sólidos: el régimen mantiene redes territoriales, aparato militar y mecanismos de control suficientes para descartar una implosión a corto plazo.
Mientras Washington eleva la presión con el objetivo de provocar concesiones o fracturas dentro del chavismo, Caracas intenta resistir utilizando el petróleo y la narrativa nacionalista como herramientas defensivas. La verdadera incógnita no es si habrá invasión, sino qué tipo de movimiento podrá presentar Estados Unidos en casa como prueba de que su estrategia ha funcionado. Por tanto, la pregunta de fondo es otra: ¿qué considerará Trump una “victoria” en esta crisis?