04 ago 2020

¿Es el momento de que la propia sociedad se implique en el éxito de las empresas?

Siempre se ha dicho que las empresas tienen un papel fundamental como principal generador de riqueza en la sociedad. Sin embargo, la transformación digital y tecnológica sin precedentes que se está produciendo a escala global está provocando que todos los agentes que forman parte de una economía estén cada vez más imbricados, con canales de comunicación directos, instantáneos y, en apariencia, transparentes. En este escenario, los especialistas de Accenture han elaborado un informe, titulado Building a future of shared success (Construyendo un futuro de éxito compartido) donde analizan el concepto de lo que han llamado ciudadano corporativo. Este perfil incorpora un conocimiento de lo digital y de la tecnología, derivado de su utilización casi permanente tanto en la esfera personal como profesional, lo que le sitúa en una posición privilegiada para poder abordar desde una óptica global desafíos tan actuales como las políticas de inclusión, la protección de los derechos humanos, la innovación responsable o la defensa del medio ambiente. Y, en este sentido, añade el documento, contar con personas dentro de las organizaciones que formen parte de este grupo permite añadir un soporte de know-how clave para que las estrategias corporativas tengan éxito tanto externa como internamente.

Compromiso mundial

Queda alrededor de una década para que la humanidad en su conjunto intente cumplir con los Objetivos sobre Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. Precisamente, otro estudio de Accenture, en este caso CEO Study on Sustainability 2019? (Análisis de la Sostenibilidad entre los consejeros delegados en 2019?), señala que apenas uno de cada cinco directivos de grandes empresas en todo el mundo está desempeñando un papel relevante en el cumplimiento de los ODS. En este sentido, por ejemplo, el más reciente Foro Económico Mundial de Davos tuvo como una de sus conclusiones principales que, a pesar de los años que quedan por delante, es necesario un mayor compromiso activo del tejido productivo global en la consecución de estos retos, y que una de las vías clave para lograrlo era fortaleciendo los canales de comunicación con los agentes sociales (principalmente, ONGs, Gobiernos y Tercer Sector) para desarrollar estrategias en base a sinergias comunes que permitan abordar los desafíos en su conjunto con mayores posibilidades de éxito.

El rol del nuevo trabajo

Un informe de McKinsey, con el nombre Technology, Jobs and the future of work? (Tecnología, Empleos y el future del Trabajo?) concluye que la redefinición de los nuevos tipos de trabajos en la era digital será clave para que empresas y sociedades trabajen cada vez más estrechamente en la consecución de objetivos globales. En especial, se destaca que la democratización en el uso de las nuevas tecnologías, cada vez más baratas, con mejor conexión y acceso transparente al conocimiento, permitirá insertar en la nueva realidad a los colectivos más vulnerables y marginados, lo que servirá, por un lado, para reducir aún más los niveles de pobreza, pero, también, para colaborar conjuntamente en la resolución de problemas sociales en los que la óptica de las empresas puede resultar decisiva. De hecho, apunta este estudio, uno de los problemas del rápido avance e implantación de las nuevas tecnologías, es que se están creando empleos nuevos para los que hay una escasez de trabajadores cualificados, por lo que las organizaciones tienen forzosamente que colaborar con universidades, gobiernos y colectivos sociales para generar nuevos programas de desarrollo laboral, evitando perder oportunidades de crecimiento por la falta de capital humano debidamente formado. Además, se señala otro elemento muy relevante que con otras generaciones anteriores no pasaba con tanta crudeza: muchos de los millennials, ya afianzados como población activa y, algunos de ellos con posiciones cada vez más relevantes dentro de las organizaciones, tienen una concepción del beneficio económico sensiblemente diferente de sus predecesores: el dinero ya no es en sí mismo el elemento básico y primordial para la toma de muchas decisiones corporativas críticas, sino que son otros criterios, como la reputación, el impacto social o la ética y deontología los que priman. Esta filosofía vital, que aplican incluso a sus propias carreras profesionales, lo exigen tanto como empleados como cuando adquieren el papel de consumidores, a las entidades, y estas deben definir unos protocolos diferentes de interacción social si no quieren arriesgarse a perder valores de marca, cuando no, directamente, clientes y facturación. Por ello, aspectos como un buen salario o planes de incentivos en forma de bonos económicos y proyección profesional, aunque siguen siendo importantes, han dejado paso a otros conceptos, como, por ejemplo, el intraemprendimiento dentro de las organizaciones, la posibilidad de trabajar en distintos departamentos de la entidad o la promoción del talento a través de programas de formación online. Para McKinsey, este tipo de ciudadanos corporativos millennial tienen en su mano el cambio decisivo que promueva una sociedad todavía más integrada en las compañías, que sepa conjugar las necesidades de beneficio económico con un impacto social real, creando un mundo más empático y emocional. Y todo ello, afirma el documento, dentro de unas compañías más digitales y automatizadas, pero que, de manera paradójica, tendrán que ser más humanas y sensibles a su entorno de lo que lo han sido nunca.

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