20 sep 2022

China refuerza su política monetaria para acabar con la hegemonía de EEUU

El gigante asiático acude a fórmulas como las emisiones de “deuda especial”, el control de datos a empresas o afianzar la alianza BRICS para debilitar el dólar.

Algo se mueve en el corazón financiero y político de Pekín. Los jerarcas del Partido Comunista de China (PCCh) modelan desde hace meses, aunque especialmente desde el estallido bélico en Ucrania y el reforzamiento de los lazos geoestratégicos con Rusia, transformaciones de especial calado, tanto en el ámbito económico-monetario como en el terreno de la diplomacia y en el de la Defensa. Una especie de cambio de paradigma con el que Xi Jinping pretende acelerar el salto económico, tecnológico y militar que certifique la hegemonía mundial del gigante asiático y cuya palanca motriz se plasmó en el decimocuarto plan quinquenal chino (2021-25) -tras la extensión previa de su poder temporal como jefe del Estado y del Ejército-, aprovechando la convulsión geopolítica generada por el Kremlin con la invasión de Ucrania.

Este proceso de reconversión estructural presenta varias señas de la nueva identidad china. Por ejemplo, la puesta en liza de nuevas emisiones de deuda especial, una herramienta monetaria a la que ha acudido, con éxito financiero palpable, en varias ocasiones. La más reciente, durante el año 2020, para hacer frente a las dificultades derivadas de los primeros confinamientos de la Covid-19. Y antes, a finales de los noventa, para aislar al yuan de las carreras competitivas entre divisas de los tigres asiáticos que culminaron en una crisis financiera regional o en 2007, cuando las autoridades económicas lanzaron el fondo soberano chino.

Con estos bonos, el propio Jinping dice pretender espolear una economía que está empleando recursos milmillonarios en proyectos de infraestructuras con menores niveles de recaudación y que, en el ecuador del ejercicio, tiene complicado alcanzar el objetivo ahora ya oficioso del 5,5% de crecimiento anual, una de las novedades del plan quinquenal que no estipula meta específica de dinamismo por primera vez en la historia reciente del país.

La intención declarada por Pekín es que una parte de estos desembolsos para modernizar redes de transporte, energía, comercio y logística los sufraguen sus instituciones de desarrollo, como el China Development Bank o el que se creó de forma concreta para iniciativas en el ámbito rural y agrícola y que acaban de dotar con una línea de préstamos adicional de 120.000 millones de dólares. Pero Pekín pretende que otra porción substancial de estos fondos se garantice con emisiones de bonos especiales.   

En 2020, se colocaron más de 1 billón de yuanes -1,4 billones de dólares- con un indudable éxito de ventas, de los que unos 700.000 millones se transfirieron a los gobiernos locales como ayuda para atender servicios sociales durante la Covid-19 e iniciar durante las desescaladas iniciativas de inversión en infraestructuras. En 2007, capitalizaron así 1,55 billones de yuanes y durante la crisis asiática de 1997 ya acumularon otros 270.000 millones, con los que suministraron capital a los bancos estatales con pérdidas de activos.

Pero la táctica del Tesoro chino no es la única tecla que ha tocado Pekín, dentro de un creciente intervencionismo económico que critican analistas e inversores y que se ha instalado a lo largo del último año. Porque desde la Comisión Reguladora de Valores de China (CSRC, por sus siglas en inglés) se ha prohibido a las empresas e inversores chinos compartir datos confidenciales e información financiera con reguladores extranjeros. A partir del pasado 25 de julio, aunque con un periodo de un año de gracia y con el enclave bursátil de Hong-Kong como centro neurálgico de estos vetos. Medida que, a los ojos del mercado, trata de evitar que entidades supervisoras estadounidenses accedan a datos financieros y de auditoría y puedan ser expulsadas por ello de Wall Street y que, según datos de firmas de gestión de activos, afectaría a más de dos centenares de compañías chinas que operan en el Nasdaq y el S&P 500.

Pero China también ha enfocado sus resortes de poder global en los últimos años al desafío de liderar el orden económico y geopolítico. No es ninguna carta oculta. Jinping lo proclama a sus conciudadanos desde la asunción de sus poderes casi plenipotenciarios con el beneplácito de las grandes instituciones del Estado. Y también lo admite en el escenario internacional. Junto a la reciente alianza geoestratégica sin precedentes y con perspectiva de perpetuidad con Rusia en la que inciden tanto Jinping como Vladimir Putin antes y, sobre todo, después del estallido del conflicto en Ucrania, Pekín ha labrado un consenso sólido entre los BRICS, los más poderosos mercados emergentes.

El club que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica -acuñado por Jim O’Neill en 2001, año de ingreso del gigante asiático en la OMC, como máximo responsable de Goldman Sachs Asset Management- ha asumido como prioridad desplazar al dólar de su dominio monetario. Y el yuan -o su versión mercantilista global, el renminbi- afrontará el pulso con el billete verde americano. En especial, tras las cada vez mayores sospechas de que tanto Washington como Pekín parecen convenir el final del ensamblaje de la globalización de los mercados y en incitar al decoupling de dos bloques comerciales, el dominado por EEUU y sus potencias afines y el liderado por China, secundado por Rusia y al que podrían encaramarse el resto de los BRICS y de un número incierto de países en desarrollo asiáticos, latinoamericanos y africanos.    

China ha elevado el peso del yuan como moneda de reserva desde que, en 2016, en la última revisión de cuotas del FMI, la divisa china entró a formar parte de los Derechos Especiales de Giro o SDR’s, la unidad de cambio que usa esta institución multilateral para desplegar sus líneas de crédito como prestamista de última instancia. “Su evolución ha sido decepcionante, pero ha marcado un punto de inflexión”, asegura Jeff Halley, analista de Oanda a Business Insider porque desde entonces, “los BRICS manejan un plan para defender y catapultar a una de sus monedas” y el yuan tiene su prioridad. Sobre todo, si el decoupling se produce.

La Casa Blanca ha lanzado el mercado Indo-Pacífico, que involucra a EEUU, Japón e India junto a otra decena de naciones asiáticas en la promoción del comercio y las inversiones, dentro de un espacio que acapara el 40% del PIB mundial y que aúna potencias de rentas altas -Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o Singapur- y grandes mercados emergentes como Indonesia, Filipinas, Malasia, Tailandia, Vietnam o Brunéi, ante las reticencias de Pekín. Al que también incomoda sobremanera la alianza militar forjada por Australia, Reino Unido y EEUU -de ahí su acrónimo- a la que Japón, el cuarto integrante del diálogo cuadrangular, ha dado la bienvenida, y con la que coquetea Corea del Sur.

“Son pactos encaminados a establecer escudos y coaliciones anti-chinos en el mundo”, aseguran voces oficiales chinas. Un mensaje que respaldan think-tanks que ven en ellos “la retórica de la Administración Biden” y su empeño en forzar el decoupling de China y que justifican la decisión de Fang Singhai, vicepresidente de la CSRC, de acelerar la internacionalización del yuan como moneda de intercambio de la energía y del resto de materias primas ante “el riesgo de un des-ensamblaje financiero forzado”. Y el renminbi “continúa elevando su estatus en las reservas de divisas internacionales”, aclaran en UBS.

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