27 oct 2022

La crisis alimentaria cambia el colapso logístico por parones productivos

El mercado de materias primas alimenticias se mueve en la especulación. En 2023, las disrupciones serán distintas a las de este año, pero tanto o más preocupantes.  

La guerra de Ucrania, como en otras múltiples rúbricas de la economía y las finanzas mundiales, ha añadido convulsión en los mercados de las materias primas. Muy en especial, en las asociadas a la energía, pero también y de forma casi igual de intensa, en las alimentarias o en las metálicas. Como ocurre desde el tsunami logístico de la primavera de 2021. Sin embargo, en 2023, el puzzle de riesgos variará.

Este decálogo ayuda a entender la compleja coyuntura de un sector neurálgico de la economía internacional.

1.- El valor alimentario de Rusia y Ucrania. El país invadido destina siete de cada diez hectáreas a la agricultura, que supone el 10% de su PIB. Con Europa como cliente preferencial y a donde destinaba el 30% del trigo y la mitad del maíz. Este verano, Rusia controlaba el 22% de la tierra cultivada de Ucrania, según la información de la NASA recabada por satélite, que ha otorgado a Moscú la gestión del 28% de los cultivos invernales de trigo, canola para aceite, cebada y centeno; y el 18 % de los estivales, sobre todo maíz y girasol.

2.- “El granero del planeta está en guerra”. Según datos oficiales de la Casa Blanca, antes de la contienda bélica, Ucrania suministraba el 46% del aceite de girasol global, el 9% del trigo, el 17% de la cebada y el 12% del maíz. Y Rusia también es un actor protagonista de las materias primas. Con el petróleo como estandarte, al que siguen en sus ventas al exterior la gasolina, el diésel, el gas y el carbón. Tras estas rúbricas surgen sus envíos de trigo, su liderazgo exportador de hierro y otros bienes metálicos y fertilizantes.

3.- Cadena de transmisión de precios. En 2022, la escalada de la energía y el conflicto armado ocasionó la interrupción de las cadenas de valor alimentarias, distorsionó su poder productivo y logístico y propició su escalada inflacionista, explican en Mercy Corps, organización humanitaria que gestiona ayuda al desarrollo. Pero en 2023, la crisis será distinta. Habrá escollos en la oferta que sustituirán a las restricciones comerciales por la prolongación de la invasión en Ucrania y la rentabilidad y la capacidad de producción se verán afectadas por la irrupción de los movimientos especulativos del mercado. En un año, el próximo, en el que, según Tjada D’Oyen, CEO de Mercy Corps, “se notará aún más la pérdida de poder adquisitivo por las presiones inflacionistas”.

4.- Tregua con Naciones Unidas. En junio, Rusia y Ucrania sellaron un acuerdo con la ONU. Pero desde el mercado se ha instaurado una volatilidad que impide los ajustes pertinentes. “Es tiempo de especulación”, alerta D’Oyen. No es un problema logístico como en 2022, sino de consolidación de las cadenas de valor: “el próximo podría ser un ejercicio aún peor para el flujo de alimentos si el ciclo de cosechas invernal, entre septiembre y noviembre, no trae buenas noticias”.  

5.- Pérdida de poder productivo. La consultora McKinsey augura un retroceso de entre el 35% y el 45% en el volumen de cosecha de Ucrania para la próxima campaña agrícola de grano; sobre todo, focalizada en el trigo. “La dinámica del conflicto armado está interfiriendo en la habilidad de los granjeros para preparar sus tierras, sembrar sus huertos y hacerse con sus fertilizantes”, lo que anticipa “un retroceso de sus capacidades de producción”, dice su informe, en el que se avisa de que Ucrania dejará de producir entre 30 y 44 millones de toneladas respecto a su cota previa a la invasión en 2022.

6.- El negocio de los fertilizantes bajo el control ruso. El Kremlin totalizó una quinta parte de las exportaciones de fertilizantes en 2021, pero la guerra ha supuesto una disrupción notable de su capacidad de venta al exterior. A pesar de que su precio en los mercados globales se ha más que duplicado a lo largo de este ejercicio, según el servicio Green Markets de Bloomberg. La compra de este producto se hace cada vez más compleja y la falta de su uso ha reducido la rentabilidad de grandes extensiones de producción agrícola en países como Brasil, aunque también el India y otros mercados asiáticos, africanos y latinoamericanos.

7.- Mezcla de tensiones geopolíticas y catástrofes climatológicas. La guerra de Ucrania y la sequía en Europa o las riadas en Australia, además de otros fenómenos meteorológicos extremos, llevan a los expertos de McKinsey a presagiar que la crisis alimentaria actual será peor que la de 2007 y 2008 o la del bienio 2010-2011. “El conflicto armado está demoliendo los pilares esenciales del sistema agrícola global, que ya se asentaba sobre un precario terreno movedizo”. 

8.- Riesgos de desestabilización en varias latitudes del planeta. Es la consigna que trasladan en el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas. David Beasley, su responsable, emite la señal de alarma de potenciales disturbios socio-económicos en 2023. La parálisis productiva y la interrupción del tráfico de fertilizantes “amenaza con una crisis como nunca antes se ha vivido”.

9.- Respiro estival. La última semana de agosto registró un descenso de los contratos de futuro del trigo. Hasta marcar los 7,70 dólares por fanega, lejos de los 12,79 que alcanzaron hace unos meses. Son las condiciones para la entrega de trigo, el cereal por excelencia, en diciembre, que se sitúan incluso por debajo del nivel previo a la guerra. Es la lectura positiva que describen y que el mercado justifica con las predicciones de la Casa Blanca de que Rusia va a alcanzar unas ventas históricas de 38 millones de toneladas en el bienio 2022-23.

10.- Planes de infraestructuras para consolidar el mercado. Es el efecto colateral que reclaman no pocos expertos. En un mundo con más incendios, más inundaciones y más sequías, se exigen nuevas redes de abastecimiento. “La factoría mundial está reduciendo su producción”, dicen los expertos del American Enterprise Institute (AEI), que inciden en que el planeta debe adecuar sus modelos a una “nueva arquitectura” y amoldarse a la neutralidad energética.  

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