08 may 2023

La economía rusa puede resistir una guerra larga, pero no intensa

El Kremlin ha eludido el fuego cruzado de las sanciones y financiado la invasión de Ucrania sin una caída drástica de los niveles de vida, pero sin salir del ralentí.

Los presagios del secretario de Estado americano, Antony Blinken, sólo una semana después de la invasión rusa de Ucrania, de que el valor del rublo “se iba a desplomar, la Bolsa de Moscú iba a cerrar por los temores a las fugas de capitales, los tipos de interés se iban a duplicar y el crédito exterior se cortaría sin remedio” han brillado por su ausencia. La destrucción masiva que la Casa Blanca auguró con su esquema sancionador en el que el dólar ha ejercido de arma financiera de primer orden -la weaponización del billete verde para contrarrestar la década de militarización diplomática de la energía por parte de Vladimir Putin hacia Europa y Ucrania- con el que EEUU y sus aliados occidentales pretendían bloquear las arcas de Moscú, no ha ocasionado los daños colaterales “impredecibles” de los que habló Blinken.

Los “severos costes económicos” no van a impedir que la economía rusa crezca siete décimas este año, según el FMI. Un ritmo similar al del PIB francés y por encima del alemán o el británico, que presenciarán episodios recesivos. Aunque también un caramelo envenenado, porque revela las dificultades de que una actividad anémica para alimentar la maquinaria armamentística que precisa Moscú.  

Buena parte del colchón financiero ruso se ha labrado mediante un sistema de exportación de sus bienes energéticos esenciales -el gas y el petróleo- concebido para eludir el veto occidental, estipulado en un tope de 60 dólares por barril como condición para comprar oro negro siberiano. Medida que nació con el ribete del G-7. Sin embargo, una más que efectiva estructura logística de buques mercantes con falsas banderas y acceso a refinerías que facilitan el tránsito de los flujos de crudo y gas ruso a sus instalaciones hasta cerrar contratos de futuros y articular los métodos de entrega -sobre todo, a mercados asiáticos, preferentemente China e India- ha dado cuantiosos balones de oxígeno a las finanzas del Kremlin. Hasta el punto de que el discurso de Blinken vincula ahora las consecuencias negativas a un escenario “a medio plazo”.

Un viraje que asume Putin. A buen seguro, para ponerse la venda antes de que las sanciones propicien heridas a su economía con la tesis de que las “restricciones ilegítimas” cobrarán mayor intensidad -a modo de nuevas represalias- para alterar “el curso de la operación militar especial” como ha definido desde el principio a la invasión. Porque afectan a empresas, a las transacciones financieras en las que están involucradas en el exterior, y a las ventas de productos esenciales para el PIB ruso. La firma World-Check cifra en 2.215 el número de oligarcas y empresarios afines a Putin a los que se les ha impedido de forma efectiva viajar al extranjero o acceder a cuentas o bienes patrimoniales fuera de su país. Incluso forzando a que alguno de ellos -los menos eso sí- haya decidido renunciar a su nacionalidad rusa. Sin que hayan renunciado a sus altos niveles de vida.

Aun así, se han congelado en torno a 100.000 millones de dólares en activos privados con sello de procedencia ruso. Tan solo una cuarta parte de los 400.000 millones que los altos patrimonios del país tienen en el exterior. Entre otras razones, porque en territorios como la Riviera francesa, Dubai o la ciudad-balneario turca de Antalya hacen la vista gorda con las investigaciones. 

Las sanciones financieras, en paralelo, también han sido limitadas. El veto de uso del sistema de transferencias de pagos Swift, fabricado en Bélgica, y el de mayor utilización por parte de firmas con intereses y negocios transfronterizos, y que involucra a más de 11.000 entidades bancarias que operan en más de 200 mercados de todo el mundo, tan solo han desaparecido de su radar una decena de firmas financieras rusas. Lejos de la intención de impedir que dos terceras partes de ellas tuvieran que actuar en modelos alternativos. Como el CIPS, de tecnología china, cuyas operaciones made in Russia se han incrementado en más de un 50% desde el inicio de la invasión de Ucrania.

El pasado diciembre, el 16% de las exportaciones rusas se pagaron en yuanes, más de 7 puntos respecto al mes previo a la invasión de Ucrania. Además de otros, en menor proporción, tanto en rupias indias como en dirhams de los distintos emiratos. Entretanto, la mitad de las 3.000 firmas occidentales con intereses en empresas con activos rusos, según el KSE Institute de Kiev, han realizado operaciones de alta tecnología prohibida por EEUU. Y, de manera misteriosa, las exportaciones de la UE a Armenia se duplicaron en 2022 mientras que las de esta ex república soviética a Rusia, se triplicaron.

Pero estas argucias para sortear los vetos occidentales y que han mantenido el vilo las arcas del banco central ruso ha reportado liquidez al sistema productivo autárquico que rige en la nación desde que se impusieron las sanciones occidentales por la invasión de Crimea, en 2014. Pero no ha logrado parchear un presupuesto que en enero sumó otro déficit de 1,7 billones de rublos; alrededor de 25.000 millones de dólares, un retroceso del 28%.

Otro síntoma de la que la resistencia económica de Rusia ofrece garantías para una guerra lenta y a largo plazo, de desgaste, pero que genera dudas para sufragar una ofensiva relámpago, son los cambios en la cúpula de la logística bélica y que obedecen también a la intención de Putin de que ningún general de cuatro estrellas alcance una relevancia social que cuestione su liderazgo. Además del compromiso oficial de fabricar 1.500 tanques de última generación o drones en masa de fabricación rusa y que ha ocasionado que la extracción de materias primas metálicas en el país aumentara en un 20% entre enero y febrero. “La capacidad económica de Rusia es limitada, por lo que la jerarquía del Ejército se afana en convencer a Putin de que la mejor opción de ganar la guerra es una ralentización de las operaciones”, explica el Center for Strategic and International Studies (CSIS).

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