02 ago 2021

El mercado vigila las señales de devaluaciones competitivas en Asia

Suenan tambores de correcciones cambiarias en las divisas asiáticas. El fantasma de la crisis de 1997 -iniciada con la caída libre del bath tailandés- reaparece.

China ha emprendido una serie de movimientos recientes en su política económica y monetaria que inducen a los analistas del mercado a supervisar estrechamente la posibilidad de que se encienda en Asia la mecha de una devaluación competitiva de sus divisas. Porque una serie de medidas intervencionistas marcan la trayectoria reciente del gigante asiático. Cuyas autoridades han ordenado a sus empresas estatales a reducir su exposición exterior a las materias primas, a sus bancos a elevar sus depósitos en divisas extranjeras, a establecer un límite en los precios del carbón, a censurar el uso de criptomonedas y prohibir a brokers su gestión en el mercado chino o a ultimar una ley por la que se pondrá coto a inversiones de productos financieros de elevada volatilidad. Pekín aduce que se trata de mecanismos dirigidos a restablecer el principio del moral hazard -riesgo moral- al que se señaló como origen del credit-crunch de 2008. Medidas para dar equilibrio y estabilidad al sistema financiero en apoyo de una recuperación que presenta varios desequilibrios en su vuelo de despegue. Pero el problema real -dice a Blomberg Michael Pettis, catedrático de Finanzas de la Universidad de Pekín y autor de Avoiding the Fall: China’s Economic Restructuring- “es que China navega sobre un océano de deuda y peligros crecientes y latentes en su estructura bancaria que hace más compleja la toma de control de su mercado doméstico”. Y sus jerarcas económicos y monetarios visten de moral hazard un asunto espinoso, que señala y descubre inestabilidades a corto y medio plazo, explica Pettis.

La docilidad de las condiciones monetarias en el exterior por parte de China busca dotar de una mayor liquidez a la economía. Una maniobra conjunta del Gobierno y el banco central que lleva al menos quince meses en marcha. Sin que haya calmado precisamente las preocupaciones del gigante asiático. Voces oficiales han advertido de burbujas especulativas en ciertos activos en los principales centros bursátiles. Desde enero. Antes de que resurgiera el fantasma inflacionista por gran parte del planeta -también en China- impulsado por el encarecimiento de la energía. La retórica china habla de restablecer los esfuerzos para frenar los peligros financieros y solicita extrema vigilancia a sus entidades bancarias y aseguradoras. Mientras crece la percepción entre las empresas -extranjeras y nacionales- de que habrá correcciones en la cotización cambiaria de su moneda, el renminbi. La denominación en los mercados internacionales del yuan.

“China está monitorizando estrechamente los riesgos sobre la estabilidad financiera” escribe en una nota a inversores Jenny Zheng, de Morgan Stanley. Porque los estímulos contra el Covid-19 han tenido éxito en la reactivación de la economía, pero la fulgurante fluidez de las ayudas ha conducido a un sobrecalentamiento de los precios de los activos, aclara la economista, y elevado el nivel de endeudamiento de su sistema crediticio. El diagnóstico de Goldman Sachs es todavía más rotundo: la noción de que China es “demasiado grande para caer” empieza a desvanecerse entre los inversores. Por si fuera poco, el propio presidente del organismo regulador bancario y asegurador en China (CBIRC, según sus siglas en inglés), Guo Shuqing, acaba de alerta de que la inflación global podría no ser tan transitoria como algunos expertos predicen, mientras Yi Gang, el gobernador del Banco Central de China admite que “no pueden bajar la guardia” porque las presiones inflacionistas y deflacionistas aparecen al mismo tiempo.

El intervencionismo chino presenta, además, una amenaza añadida. Porque el dinamismo de los flujos comerciales en Asia tras la Gran Pandemia y el restablecimiento de las cadenas de valor y de suministro en unos mercados regionales que abastecen de mercancías, chips y componentes electrónicos y manufacturas a gran parte de la economía global, está ejerciendo de combustible sobre los tipos de cambio. Una bomba de relojería que ya estalló en 1997, en busca de ventajas competitivas de las divisas del área -iniciadas con la devaluación del bath tailandés- para elevar el peso exportador de unos mercados con altas cotas de ventas al exterior. Taiwán, por ejemplo, ha incrementado en el primer trimestre del año en un 49% sus ventas de semiconductores hacia destinos extranjeros. Y el enclave que reclama China para anexionar bajo su soberanía es otro de los sospechosos habituales del Tesoro americano, que incluye a Taiwán, junto a Pekín, entre los países que manipulan artificialmente sus tipos de cambio. Pese a ser uno de sus principales aliados geoestratégicos en la zona. La recuperación de las exportaciones -entre las naciones del continente, primero y hacia el resto del planeta, después- ha generado ya una rivalidad entre sus economías que podría alentar una carrera de devaluaciones competitivas para ganar peso y dinamismo exterior. En Vietnam, el pasado año, en el que logró sortear la recesión, como China, sus exportaciones crecieron un 6,5%. Y gran parte de sus ingresos, denominados en dongs, su divisa, que mantiene un currency board de baja intensidad con el dólar americano, ayudaron a almacenar reservas de divisas en su banco central. También Filipinas o India hicieron acopio de un gran superávit comercial -en gran medida por el ostensible descenso de sus importaciones a lo largo de la crisis sanitaria de 2020- que han contribuido a reducir la brecha de su déficit por cuenta corriente.

Pero, quizás, como atestigua The Economist, la señal más inequívoca de que algo se mueve en el orden monetario y cambiario en Asia sea la acumulación de reservas que se aprecia en China. El balón de oxígeno que precisan los bancos centrales antes de acometer, con ciertas garantías, una estrategia de especial peligrosidad como una devaluación continuada de sus monedas. Sin la protección de las divisas internacionales, las autoridades monetarias elevan el riesgo de afrontar suspensiones de pagos y endeudamientos de sus empresas que, de forma habitual, denominan sus operaciones en billetes verdes americanos. Turquía, Sudáfrica, Brasil y otros grandes mercados emergentes atravesaron por serias dificultades en 2018 ante la subida de la cotización del dólar. El Banco Central de China ha incrementado su arsenal de divisas en 97.000 millones de dólares -es el más boyante en cuanto a reservas, hasta el punto de llegar a superar, en 2014, los 4 billones de dólares- desde enero de 2020. Es un aumento modesto, del 3%, pero que se ha desplegado sobre los activos netos en divisas extranjeras de su sistema bancario, que ha llegado a recibir más de 133.000 millones de dólares, el 80% de sus cuentas en monedas del exterior, en los nueve primeros meses del pasado ejercicio.

El movimiento de China, sin llegar a ser tendencia, está marcando la política monetaria no sólo de Taiwán o Vietnam, sino también de Corea del Sur, quizás la economía más perjudicada de la crisis devaluatoria de 1997 en el continente; de cuyas cenizas ha emergido una potencia con un alto grado de industrialización que ha recibido este indudable estatus internacional. Las divisas de todas ellas evolucionan con un tipo de cambio alrededor de un 5% más caro respecto al dólar desde mediados de 2020. Un encarecimiento que dificulta sus exportaciones. Y que está detrás de la vigilancia del mercado en un horizonte próximo.  

 

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