11 dic 2023

Argentina asume riesgos estructurales en su economía con la ‘dolarización’

Pese a la hiperinflación, el peso en caída libre y los dólares drenados de las reservas del banco central, la asunción del billete verde americano no parece la solución.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

Argentina necesita un default, no una dolarización. Así de categórico se mostraba The Economist tras la victoria de Javier Milei en las elecciones presidenciales. El tributo a Milton Friedman que el nuevo jefe del Estado quiere aplicar a la política económica de la nación sudamericana “no es la respuesta a sus problemas”. Milei ha proclamado su intención de reemplazar el peso nacional por el dólar como moneda de curso legal y clausurar para siempre el banco central, al que califica como “la peor expresión del universo”, dentro de un desprecio casi visceral por las autoridades monetarias.

A su juicio, estas instituciones se dividen en cuatro grupos: “los malos, como la Reserva Federal, los muy malos, como cualquiera de los de la región latinoamericana, los horriblemente malos y el Banco Central de Argentina”.

Aún es pronto para conocer la trayectoria y el calado que tomará la política anarco-capitalista, como el propio Milei cataloga a su pensamiento económico, pero la encomienda a Luis Caputo, un ex ministro con Mauricio Macri, de “rescatar la economía”, desvela dudas sobre el órdago a la ortodoxia lanzado por el presidente electo.

Caputo firmó la emisión de deuda argentina a 100 años y el préstamo de emergencia de 44.000 millones de dólares del FMI que propició el retorno del peronismo kirchneriano y parece ser el precio que Milei ha tenido que pagar por el respaldo de Macri. Desde luego, no era el delfín que debía “preparar a Argentina para perfilar su dolarización”. Sus candidatos eran Carlos Rodríguez, un halcón neoliberal y Emilio Ocampo, entusiasta de la incorporación del dólar como moneda de curso legal y a quien tenía pensado asignarle el banco central para su “innegociable cierre”. Ambos se desmarcaron del presidente días antes de su triunfo en las urnas.

Para The Economist, los problemas que asolan a Argentina son otros, aunque concuerden de un modo tangencial con los exagerados diagnósticos de Milei. La hiperinflación, de tres dígitos, que se sitúa en el 113%, el drenaje de dólares, que ha dejado las arcas del banco central exhaustas y la caída libre del peso, que ha perdido la mitad de su valor desde comienzos de 2023 respecto al dólar hacen presagiar que su urgencia viene determinada por una necesidad de declarar, una vez más, una suspensión de pagos.

Esencialmente, porque cuando un país se entrega a una moneda extranjera, por mucho que sea el dólar -y en este caso, especialmente, por ser la divisa hegemónica en el comercio, las materias primas, las transferencias internacionales o como moneda de reserva preferencial de los bancos centrales, entre otras esferas- renuncia a su soberanía monetaria. En consecuencia, los tipos de interés que gobiernen la economía argentina serán determinados por la Reserva Federal con la coyuntura estadounidense como único baremo analítico. Y los corsés monetarios ajenos no son precisamente la panacea; y menos, en situaciones de emergencia.

Para más inri, la mayoría de los argentinos usa el dólar de forma habitual. Es una ventaja, porque dominan el tipo de cambio, a diferencia de la dolarización de Ecuador en 2000 y que tras casi un cuarto de siglo con la divisa americana en su economía es, junto a El Salvador, la economía más endeudada de la región, y con uno de los mayores déficits fiscales acumulados. Al igual que el final de la impresión masiva de pesos. Pero ninguna de estas circunstancias creará una coraza a la economía sudamericana.

Menos aún, sin banco central, otro de los focos de sus críticas, con lo que el país se quedaría sin prestamista de última instancia y el gobierno, sin supervisor independiente del sistema bancario. En un momento en el que el riesgo de default merodea los mercados que detectan carencias de liquidez y una ausencia casi total de dólares para cubrir depósitos, lo que apunta a la reaparición del gran fantasma social: el corralito. Es más, cualquier necesidad crediticia urgente tendrá que supeditarse a las leyes financieras estadounidenses y recibir el visto bueno de sus autoridades monetarias y económicas. También cualquier proceso de privatización, como ha anunciado Milei o de reestructuración empresarial de índole estratégico o de interés esencial para la economía argentina.

Ecuador, en 2019, optó por utilizar la creatividad presupuestaria para restaurar la senda de la consolidación fiscal y el intento acabó con un acuerdo prestamista urgente con el FMI. Toda una constante en Argentina, que ha accedido a 22 líneas crediticias distintas del Fondo Monetario Internacional en los últimos 65 años. Con un recorte del 15% del PIB en el estado del bienestar del país y del 38% de su sector público y con la necesidad imperiosa de disponer, según cálculos de su equipo económico, de 40.000 millones de dólares para iniciar el camino de la asunción del dólar, con un fondo en ultramar donde destinar los recursos de las ventas de empresas públicas y desde el que administrar la deuda soberana. Pero sin ninguna respuesta entusiasta por parte de los inversores internacionales. Al menos, de momento. 

Por si fuera poco, el precio de los bonos argentinos denota que los mercados financieros están descontando el precio de otra reestructuración de la deuda, una señal que vislumbra la idea de que el país, más que una dolarización, necesita una declaración de quiebra para reemprender el despegue. 

Es, de hecho, la razón por la que Milei ha dejado de mostrar entusiasmo, tras su triunfo, por una dolarización que su partido, Libertad Avanza, comienza a aceptar que podría ser imposible en el corto plazo. La merma de las divisas del banco central ha pasado de 25.225 millones de dólares a 21.102 millones entre el 12 de octubre y el 15 de noviembre, cuatro días antes de su triunfo en segunda vuelta.

En América Latina, además de Ecuador y El Salvador, Panamá también adoptó el dólar en 1904, durante la construcción de su canal logístico transoceánico, gestionado durante décadas por la Casa Blanca, si bien convive con la moneda local, el balboa, utilizada para compras menores y con un valor paritario con el billete estadounidense. 

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