23 ago 2022

El nuevo mapa energético de Europa tiene prima de riesgo

El barril de petróleo en Occidente tendrá comisiones adicionales por entrega de petróleo y convulsionará con frecuencia la oferta y la demanda.

Desde que se iniciara la guerra y el petróleo se disparase hasta los 130 dólares por barril, Europa ha ido forjando gradualmente la forma, no sin grandes alteraciones en su coraza, a su nuevo mapa energético; con una premisa inexcusable, la menor dependencia de Rusia, a la que compraba el 40% de sus necesidades de gas y petróleo, y un objetivo claro en este horizonte transformador: su hoja de ruta hacia las emisiones netas cero de CO2.

Sin embargo, los dobleces metálicos de esta armadura no serán fáciles de moldear. No sólo por la frágil unidad histórica de los socios europeos para labrarse consensos y que, en este caso, se aprecian especialmente en las reticencias del primer ministro húngaro, Viktor Orban, el más fiel escudero de Vladimir Putin en el club comunitario. O, en menor medida, de Polonia y su elevada dependencia del grifo energético del Kremlin; no precisamente menor que la de sus vecinos del Báltico o de Finlandia, uno de los que han recibido ya el cierre de la espira de Moscú. Sino porque la declaración de intenciones de Bruselas supondrá un barril más caro para Occidente y agitará las retiradas de crudo del mercado. Zero Hedge, portal financiero americano, avanza que esta estrategia, con la que Europa pretende reducir substancialmente su dependencia de Rusia, será compleja y puede tener un efecto bumerán.

La resiliencia de Rusia a las represalias occidentales, con el rublo dominando las revalorizaciones en las plazas cambiarias en 2022, por su manejo de sus 650.000 millones de dólares en reservas de divisas foráneas y la acumulación de las ventas de sus flujos de gas y petróleo al exterior con exigencia de pago en su moneda nacional, ha puesto en un brete el daño que Occidente pretendió infligir al Kremlin. Cuando Europa ha sacado del limbo la táctica de interrumpir el gas y el crudo de Rusia, sus empresas ya habían comenzado a pivotar sus negocios hacia Asia y a ofertar gran parte de sus envíos al Viejo Continente a India y China a precios por debajo del mercado.

Por si fuera poco, el veto a la energía rusa no será precisamente férreo. Las reticencias húngaras se unen al temor al parón de suministro en economías que, como la alemana, entraron en números rojos en el último trimestre de 2021 y no han conseguido remontar este año, con un +0,2% el primer trimestre y un 0% en el segundo.

El problema es que Rusia y Arabia Saudí vuelven a manejar los hilos del mercado en el corto y el medio plazo. Moscú sabe a la perfección que el invierno en Europa es su época de hostilidades. Pese al recordatorio de Joe Biden de que EEUU está en disposición de ejercer de mayor exportador neto de crudo y gas y a la exigencia desde la OCDE y la Agencia Internacional de la Energía (IEA, según sus siglas en inglés) a Riad para que aplique más crudo al mercado que alivien los recortes de flujos rusos. 

La industria petrolera saudí, tras la visita de Biden, elevará precios a la mayoría de las regiones, con la exclusión de EEUU. Aramco lo hará con los mercados asiáticos y Arab Light con los europeos. Es la prima de entrega de asegurarse el abastecimiento de oro negro desde el verano, para hacer cúmulo de inventarios y abordar los rigores del frío de finales de año. En 2,10 dólares el barril sobre los 6,50 que se exigían en Asia y en torno a los 2,20 sobre los 4,30 dólares en los que se situaban las primas de entrega en Europa. Es parte de la letra pequeña de la decisión colegiada, pero gobernada desde Moscú y Riad, de la OPEP + que aumentaba la cuota productiva del cártel en 648.000 barriles diarios entre julio y agosto, un 50% más de lo inicialmente planeado.

Este cóctel de medidas y contrapesos pone de cuestión una premisa dada por verdadera desde hace unos años. En concreto, desde 2020, cuando BP convulsionó los mercados energéticos y declaró que el punto máximo de la demanda de crudo en el mundo ya era un asunto del pasado y que se inauguraba una fase terminal del petróleo y su descenso irreversible como el monarca de entre todas las materias primas energéticas. Las predicciones de BP hablaban de un retroceso de la demanda del 10% esta década y del 50% en cada una de las dos posteriores. Era el momento álgido de las estrategias verdes hacia la neutralidad energética, guiadas desde los mercados por dos bienios de Gran Pandemia de auténtico boom de los activos con criterios ESG.

La propia BP ha entonado el mea culpa en su informe de energía de este año y augura una leve reducción del PIB global del 1,5% hasta 2025 sobre los niveles de 2019 y apunta un escenario de máximos sobre el crudo, reseteado por la guerra de Ucrania, que oscila entre un aumento de la demanda de 101 millones de barriles diarios hasta el ecuador de este decenio que se mantendrá plana en los siguientes, hasta 2030. Y una corrección de hasta 98 millones de barriles diarios hasta 2035 y hasta 92 millones en 2040.

Por si fuera poco, Osama Rizvi, fundador de INGO, U&I Global, anticipa que el plan europeo va a causar una intensa estanflación, porque su conectividad e interdependencia con Rusia expone los riesgos sobre la seguridad energética en Europa de romper con décadas de gas y petróleo de entrega inmediata por parte del Kremlin. El legado de Putin a sus vecinos europeos es una larga, compleja, variable y agresiva espiral de inflación con brotes recesivos.

En función de factores, además, exógenos a los propios del sistema productivo europeo. Porque desde Lukoil, la petrolera rusa, varios ejecutivos muestran la conveniencia de que los emporios de su país recorten en un 30% sus cuotas corporativas de venta a los socios comunitarios con el propósito de desencadenar un segundo ciclo de precios que contagie al mercado interior. “El riesgo ha vuelto a los negocios”, admite AJ Bell, director en Russ Mould, al que incorpora las subidas de tipos en EEUU y en Europa.

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