02 feb 2023

Los ciclos geopolíticos y tecnológicos se solapan en el orden mundial

¿Es una mera coincidencia que los despidos masivos de las bigtechs ocurran en medio del conflicto de Ucrania? Las casualidades no suceden por arte de magia.

George Friedman, fundador y presidente de Geopolitical Futures, acaba de realizar una conexión cíclica con notables evidencias. El reputado analista y estratega de asuntos internacionales habla de una concordancia entre los ciclos tecnológicos, los episodios de innovación revolucionaria en el sector que acapara a las mayores multinacionales por capitalización bursátil, y los convulsos conflictos geopolíticos que determinan los cambios en el orden mundial, una sincronización de ondas magnéticas entre ambas esferas que coinciden en el tiempo en sus virajes cíclicos. 

“La industria tecnológica está dejando muestras de despidos masivos que, en parte, se achacan a circunstancias económicas, por supuesto”, pero de los informes que el mercado realiza de sus cuentas de resultados también “se infiere que las expulsiones de sus plantillas obedecen a que el sector ha atravesado su fase de madurez”. Definida por dos fenómenos: en primer lugar, que la tasa de innovación genuina ha descendido y, en segundo término, que prioriza la producción y la productividad sobre el descubrimiento de nuevas tecnologías, explica Friedman.    

Hasta cierto punto, nos imaginamos que la construcción de nuevos productos alrededor de los microchips, de cuya importancia nadie duda todavía, llegará a ser difícil. De forma más precisa, el apetito del mercado se aproxima a la alta intensidad de satisfacción y la revisión de viejas y desfasadas ofertas de servicios y aplicaciones siempre se encuentra por debajo de los catálogos innovadores en el orden de preferencia de los usuarios. En algún momento, el cambio se lanza al vacío y de manera inminente y sorpresiva. Y los bienes tecnológicos han alcanzado sus límites técnicos como lo demuestra el hecho de que un número milmillonario de personas adquieren sus nuevos lanzamientos. La tecnología no casa con lo obsoleto, pero nada es extraordinario, ni siquiera las novedades de este sector. A no ser que se encienda la mecha de otra revolución, de otro boom digital. 

Los ciclos económicos siempre se han sustentado en adelantos industriales dentro del sistema capitalista del libre mercado. El automóvil construyó la era del motor de combustión y su cadena de valor en masa transformó el mundo. Los contratos de propiedad, la localización de viviendas o la cultura de la civilización e, incluso, el concepto de distancia se modificó. Diferentes marcas de automóviles, con distintas tecnologías, marcaron e identificaron una nueva era productiva. Y su industria aprendió a entender las señales del mercado y los deseos de los consumidores. Con incorporaciones, durante decenios, de funciones que demandaba la sociedad civil y sus usuarios. Desde el limpiaparabrisas al volante de conducción automática, sin dejar de crear una necesidad de cambio de modelo cada varios años.

En los sesenta, las ventas se sustentaron con la fulgurante aparición de que ha sido -y es aún- un boyante mercado, el de segunda mano, que sufragó la primera gran caída de los automóviles salidos del concesionario. Mientras en los setenta, se añadieron las facilidades de financiación, supeditadas a la seguridad de los trabajos que, a día de hoy, perviven con seguros medio siglo después. La desesperación de la industria de automoción por la innovación hace que aparezcan prototipos diseñados para volar o que se vendan vehículos que se transforman en lanchas para navegar. Mientras se ponen en circulación modelos de coches con mejoras tecnológicas y de confort constantes para seguir sacando provecho de este maná industrial.

El problema es que también este sector, como el tecnológico, ha tocado techo porque no es capaz de acomodar la velocidad de sus innovaciones a la demanda social de generaciones que empiezan a diluir su necesidad por conducir vehículos de su propiedad. Es tan solo un útil, no un sueño o una señal de sofisticación. Es lo que le ocurre a la industria tecnológica, donde la ruptura de un móvil se reemplaza de inmediato, en cualquier instante del año, y las ventas se congelan, incluso en diciembre, con el Black Friday y los regalos navideños. Ya no son los tiempos de la Blackberry, donde las innovaciones eran reales. Ahora, se cambia de terminal por el color o por ofertas de lanzamiento. La innovación requiere de altos niveles de complejidad que creen motivación para tomar decisiones de sustitución de móviles. 

La trayectoria vital del automóvil y de los móviles fue precedida por la llegada de la electricidad en los últimos años del Siglo XIX. Otro salto dramático en la experiencia humana, que les pareció a sus coetáneos como el final de la historia. Ahora, ni siquiera nos parece trascendental, porque se ha convertido en una rutina banal. Lo mismo podríamos decir -dice Friedman- de la máquina de vapor y los ferrocarriles, que nunca han encontrado, pese a su éxito relativo, el romance que alcanzaron con sus pasajeros en el pasado. Es como un amor perdido.

Todos estos acontecimientos poseen un denominador común. Aparecieron en paralelo al inicio de un ciclo geopolítico determinado y evolucionaron al albur de su progreso, aunque formando parte de sus parámetros. Y la época de la economía del microchip, de la informática, del software de componentes, será reemplazada en el nuevo mundo en desglobalización que ha surgido tras la invasión rusa de Ucrania. De momento, pocos adolescentes identifican un PC ni entienden la noción rupturista que supuso hace algo más de medio siglo, coincidiendo con la Caída del Muro de Berlín.

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