20 jun 2023

La doble cara de la estrategia de-risking de EEUU y la UE

Occidente se ha embarcado en una nueva fórmula con la que busca aumentar la resistencia de sus sistemas económicos aumentado la autonomía estratégica y reduciendo la dependencia, lo que es positivo. El problema es que esta nueva estrategia también ha abierto las puertas de par en par al proteccionismo y amenaza con poner fin a los beneficios que la globalización ha generado.

Alex Ordóñez - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

 

La presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen fue la primera que habló en público sobre una nueva estrategia llamada “de-risking” que, para empezar, tiene poco de nueva. Y es que detrás de este anglicismo se esconde una fórmula económica con la que la eurozona trata de enfrentarse a un mundo cada vez más fragmentado pero que otros territorios, incluyendo en la propia UE, llevan poniendo en práctica desde la pandemia.

Por ello y con el objetivo de reducir riesgos, los países están tratando de ser más autosuficientes limitando su dependencia de otras naciones de las que no se fían. Es el caso de EEUU con China, por ejemplo, o de la propia UE con Rusia por motivos más que obvios. Ambos territorios llevan ya dos años al menos tomando iniciativas en este sentido, pero parece que fue el famoso discurso de Von der Leyen lo que unificó todo este tipo de políticas de de-risking. No en vano, desde entonces, tanto EEUU, con Joe Biden como gran defensor, como los países integrantes del G-7 han hecho suya la idea.

Obviamente una simple palabra no sirve para definir las verdaderas intenciones y consecuencias de poner en marcha una estrategia que podríamos decir que es como una especie de desacoplamiento de algunos países de las cadenas de suministro globales para ganar en autonomía estratégica, de la que luego se podrán servir para tomar importantes decisiones en materia geopolítica. En otras palabras: ¿cuál hubiera sido la respuesta real de la Unión Europea a la invasión rusa de Ucrania si la eurozona, y especialmente Alemania, no dependiera tanto del gas y el petróleo ruso?

Pero vayamos por partes. Desde un punto de vista positivo, especialmente para las empresas, la fórmula de reducción del riesgo provoca una diversificación de los recursos y obviamente origina una mayor resistencia a la economía. Además, facilita la supervivencia de las empresas, ya que la diversificación desde un punto de vista energético y otras iniciativas asociadas, como es el impulso a la transición hacia una energía extraída de fuentes renovables y, por ello, autóctonas, ayudan a minimizar la dependencia de una sola fuente de suministro o de un solo territorio.

No ha sido hasta la invasión rusa de Ucrania cuando las autoridades europeas vieron lo vulnerable que la eurozona era a la energía barata de Rusia. Entonces se demostró el error de confiar a Rusia por lógicos motivos económicos (el gas y el petróleo ruso eran muy baratos) el suministro de energía. Esta dependencia ponía en serio riesgo la propia existencia y continuidad de la actividad empresarial. No solo de las fábricas alemanas, por ejemplo, sino de todas las compañías de Europa. Por dicho motivo, recortar las cadenas de suministro haciéndolas más locales implica elevar la diversificación energética, lo que garantiza la mera supervivencia de las empresas. Y es que cualquier cadena de suministro cuando es demasiado extensa y compleja (como ha ocurrido hasta ahora) es poco fiable, lo que le resta valor desde el punto de vista económico.

Por todo ello, la diversificación que genera la estrategia del de-risking es positiva para las empresas y la economía. Además, puede abrir nuevas vías de negocio para las empresas locales, con productos o servicios que antes se importaban desde China, por ejemplo.

No obstante, la fórmula de reducción del riesgo también tiene su cara negativa. Sin duda, la diversificación es una estrategia que mejora los costes y la seguridad, pero al incrementar la resistencia de los territorios, también abre la puerta a que se utilice con fines proteccionistas, que es precisamente lo que está empezando a ocurrir ya.

El ejemplo más claro es EEUU, cuyo presidente Joe Biden sigue defendiendo la desvinculación como forma de frenar el crecimiento de China. Para lograrlo, intenta excluir al gigante asiático del mercado estadounidense. Salta a la vista que esto es una estrategia puramente proteccionista que ni siquiera es justificable desde un punto de vista económico y que origina replicas similares en otros territorios, lo que acaba perjudicando al PIB a nivel mundial.

Una de esas réplicas la ha protagonizado la Unión Europea, que siempre ha ido por detrás en esto de desconectarse de China. De hecho, hasta hace poco nunca había creído que eso fuera realmente posible. Pero las cosas han cambiado y ahora la UE lanza iniciativas para limitar la dependencia de China como fórmula para frenar su poder económico y político. De hecho, en Bruselas aún se recuerda el eslogan que Ursula von der Leyen lanzó en su famoso discurso de marzo y que, con un claro “comprar europeo”, evidenció que ya ha asumido el proteccionismo que inició el presidente estadounidense. En concreto, la administración de Washington encendió esta mecha con la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) que subvenciona descaradamente la producción en EEUU, lo que viola de forma flagrante las normas más básicas del comercio mundial y daña de manera importante las opciones de contar con un mundo gobernable a escala global. Por si fuera poco, y como ya se ha comentado, provoca réplicas en otros países y acaba lastrando la eficiencia y productividad de la economía de los distintos países, incluso los que en un principio deberían beneficiarse de las medidas proteccionistas.

Asimismo, la Ley de Industria Neta Cero (NZIA) presentada por la Comisión Europea el 16 de marzo de este año, es una clara reacción proteccionista a la IRA de Biden. De hecho, en la normativa comunitaria se pretende que el 40% de los materiales y servicios que se necesitan para impulsar la transición hacia las energías renovables sean 100% europeos. Un objetivo que es difícilmente creíble debido al retraso tecnológico que la UE acumula respecto a EEUU o la propia China.

Por todo lo anterior, la estrategia de reducción de riesgos que parece implantarse al menos en Occidente puede ser positiva al crear sistemas económicos más resistentes, lo que beneficia a las empresas. Pero en cambio también puede ser un arma de doble filo, al dar pie a medidas proteccionistas que eliminan las virtudes que la globalización tiene para los negocios, como es el caso de permitir a las compañías abastecerse a buenos costes en lugares y países muy lejanos.

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