10 oct 2023

El control de la inflación vuelve a estar en duda tras la guerra entre Israel y Hamás

El conflicto en Oriente ya ha disparado el precio del petróleo, que presionará al alza los costes energéticos y, por extensión, los precios. Esto supone una presión añadida para los bancos centrales, que podría obligarles a endurecer aún más su política monetaria.

Alex Ordóñez - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

La geopolítica vuelve a ser un foco de incertidumbre para la economía mundial. Más en concreto, la guerra desatada en la franja de Gaza tras el ataque sorpresa de Hamás a Israel. Esta acción ha provocado el recrudecimiento de un conflicto bélico que nunca había desaparecido, y que tendrá consecuencias para la economía mundial.

De momento, los mercados no han reaccionado con la misma intensidad que como lo hicieron cuando Rusia invadió Ucrania. Entonces, la mera existencia de una guerra en el seno de Europa generó un pánico entre los inversores que no es igual al ocurrido tras la escalada del conflicto en Israel y Gaza. De hecho, las caídas de las bolsas fueron muy limitadas frente a los desplomes que ocurrieron tras la “operación militar” decretada por Vladimir Putin en Ucrania.

Pero que las bolsas no anticipen ahora un colapso económico no quiere decir que lo que está ocurriendo en Oriente Medio no tenga efectos en la economía. De hecho, un primer impacto ya se está pudiendo ver con el incremento que está mostrando el petróleo, cuyo coste creció más de un 5% en un solo día. ¿A qué se debe este aumento si ni Israel ni mucho menos Palestina son países productores? La respuesta está en las consecuencias que este conflicto tiene en Estados que pueden estar implicados y que sí que son potencias en el ámbito del crudo.

Se trata en concreto de Arabia Saudí y, muy especialmente, Irán. Empecemos por el primero. La participación de Arabia en la guerra está descartada salvo que se demuestre lo contrario. No obstante, su reciente acercamiento a Israel estaba reduciendo el apoyo de la Liga Árabe a los palestinos, lo que ha “ayudado” a que Hamás se haya decidido a iniciar una batalla en la que tiene todas las de perder debido al mayor poderío militar de Israel.

Otra cosa muy distinta ocurre con Irán. Es sabido que este país apoya económicamente tanto a Hamás en Gaza como a Hezbolá en el Líbano en su lucha contra los israelíes. Aunque de momento el gobierno iraní se ha desmarcado de los ataques, es previsible que se demuestre su implicación aunque sea de forma indirecta (el Wall Street Journal ya la da por segura). Esto prácticamente obligaría a EEUU, aliado de Israel, a sancionar a Irán y la mejor forma de hacerlo es con el petróleo. En 2011, Washington trató de frenar la carrera atómica del país de los ayatolás y eligió para ello el veto a las exportaciones de crudo iraní para dañar su principal vía de ingresos económicos.

La reacción de Irán a esta decisión de EEUU fue amenazar con bloquear el Estrecho de Ormuz, lo que originó movimientos militares por ambos bandos que, por fortuna, quedaron solo en eso. Esto generó un incremento brutal del precio del petróleo, ya que dicha ruta mueve prácticamente un tercio del petróleo que se mueve por mar en el mundo. En los últimos meses Irán ha incrementado su producción de petróleo para paliar el impacto que supone la decisión de la OPEP + de mantener las restricciones al bombeo en 2024, pese al incremento de la demanda. Esto ha llevado al precio del barril al entorno de los 90 euros, un cota que sin el aporte de los iraníes se hubiera roto hace mucho tiempo. 

Es por tanto compresible que el petróleo haya sido la primera materia prima afectada por la guerra en la franja de Gaza, ya que si Irán es obligado a frenar sus exportaciones de crudo obligaría a Arabia a incrementar las suyas para no generar un colapso energético a nivel mundial habida cuenta de que los inventarios (reservas) de petróleo están en estos momentos en mínimos históricos. Ahora bien, es obvio que Arabia exigirá un alto precio por este movimiento, lo que abocaría al petróleo a escalar a más de 110 dólares el barril según los economistas.

Esta nueva (vieja) guerra se convierte por tanto en un amenaza para los costes energéticos, lo que obviamente tendrá su impacto en los precios en general en un momento en el que la inflación está empezando a ceder a ambos lados del Atlántico pese a que la amenaza de la guerra en Ucrania aún presiona al alza los alimentos.

El control del IPC vuelve a estar por tanto en entredicho tras la escalada de las hostilidades entre Israel y Gaza. Esto supone una presión añadida tanto para el Banco Central Europeo como para la Reserva Federal de EEUU, que pueden verse obligados a cambiar su hoja de ruta con unas alzas de tipos que prácticamente el mercado ya daba por finalizadas.

Dichas alzas del precio del dinero son necesarias para bajar la inflación al entorno del 2%-3%, pero encarecen la financiación, lo que frena la actividad de la economía. Si la guerra en Gaza obliga a los bancos centrales a mantener los tipos altos durante más tiempo o a subirlos aún más, se producirá más daño en la economía, lo que impulsará la ralentización que ya muestra a nivel global.

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