22 may 2023

Primer descenso de los alimentos, ¿se acerca el fin de la pesadilla de los precios? Por desgracia, no

La inflación se ha disparado por los problemas de la cadena de suministro ante la mayor demanda post-Covid, la energía y los comestibles. El primer factor se puede dar por superado, pero sería aún prematuro enterrar los otros dos aspectos. Hasta que eso no ocurra no se puede dar por terminada la tendencia alcista que aún muestra el IPC en las economías occidentales.

Parece que el problema de la inflación es algo nuevo, pero la realidad es que el primer incremento de los precios que levantó las alarmas en nuestro país se produjo ya en abril de 2021, al escalar la inflación general un 2,2%. Un porcentaje que se duplicó tras el verano para terminar el año marcando una cota del 6,5% que no se recordaba desde tiempos inmemoriales.

En el resto de Europa y en EEUU estaba ocurriendo algo parecido. Y, pese a ello, los líderes de los bancos centrales de todo el mundo afirmaban que la alta inflación era temporal por la recuperación de la demanda tras la pandemia del coronavirus. Sin duda, la tesis de los banqueros tenía lógica, ya que el repentino incremento de pedidos había tensionado las cadenas de suministro. De hecho, ni las fábricas (la mayoría asiáticas) ni los canales de transporte habituales (especialmente el marítimo) podían dar respuesta al alza de la demanda. Esto generó escasez y, por ello, mayores precios.

El problema es que esa inflación generada por la “vuelta a la normalidad” económica tras el Covid no se diluyó sola como si fuera un azucarillo. Muy al contrario, se mantuvo y se elevó hasta convertirse en el gran problema que existe en la actualidad. ¿La razón? Pues buena parte de la culpa la tiene Vladimir Putin y su invasión de Ucrania. El conflicto es el gran responsable de que primero la energía y luego los alimentos hayan seguido engordando la inflación. No en vano, las sanciones que Occidente ha impuesto a Rusia, que es una potencia energética, es lo que ha encarecido la electricidad. Además, la propia invasión del que es el principal granero de la UE y África también es una de las razones que provocan que la pesadilla inflacionista, la que según los bancos centrales era temporal, persista desde hace más de dos años.

Sirva para demostrarlo el hecho de que los alimentos cerraron el pasado año con el mayor incremento de precios de su historia, según el índice que elabora la FAO. En concreto, este organismo internacional cifró el alza en el 14,3%, un nivel que rebasó incluso el anterior máximo que databa de 1972. Sin duda, la guerra en Ucrania es un factor determinante, pero no el único. El otro hay que buscarlo en la sequía, que ha reducido las cosechas en el campo y provocado un mayor alza de los precios.

Lo anterior es una explicación necesaria para saber qué ha ocurrido en el pasado para llevarnos a la situación actual. No obstante, la gran pregunta fundamental de hoy es: ¿qué va a pasar en el futuro? Una cuestión más que oportuna tras lo datos de IPC más recientes de España, del pasado mes de abril. En ellos se observa la primera relajación del precio de los alimentos desde hace un año. Eso no quiere decir que los precios de esta variable hayan dejado de subir, sino que lo hacen con menos vigor. En concreto, el alza de los comestibles fue del 12,9% en el pasado mes respecto a abril de 2022, un porcentaje que es casi 3,6 puntos menos que en marzo.

Este menor aporte de los alimentos ha hecho que la inflación subyacente (aquella que no tiene en cuenta los elementos más volátiles del IPC) descienda 9 décimas en un mes, hasta el 6,6%. Por el contrario, el índice general (que integra todos los componentes) avanzó ocho décimas hasta el 4,1%, por el repunte de la energía.

A la vista está que los porcentajes siguen estando muy lejos de un entorno del 2%-3%, que es lo que tanto el Banco Central Europeo como los mercados consideran normalizados. Pero también es cierto que el primer descenso importante de los alimentos abre la puerta a que el factor que más suma a la inflación empiece a ceder. Esto, unido al creciente efecto negativo en la economía que están produciendo las alzas de tipos de interés en la eurozona, puede provocar una importante caída de los precios en el futuro.

Sin duda, el párrafo anterior da argumentos para considerar que el fin de la pesadilla de la inflación está más cerca. Pero conviene poner todos los datos en su justo contexto para no volver a cometer el error de pensar que esto es temporal, como decían los presidentes de los bancos centrales hace poco más de un año.

Los factores que han motivado el incremento de los precios se pueden resumir en tres: problemas de la cadena de suministro globales tras la repentina demanda post-Covid, alza de la energía por la guerra en Ucrania e incremento de los alimentos por, también, Ucrania y la sequía.

Sin duda, el impacto originado por la tensión en las cadenas de suministros se puede dar por terminado. El transporte y las fábricas ya se han puesto al día y la demanda futura no crecerá, sino que bajará por la menor actividad económica y empresarial que provocan las alzas de tipos de interés.

Pero este optimismo es prematuro llevarlo a los otros dos factores que han impulsado los precios: energía y alimentos. En cuanto a la energía, la llegada del próximo invierno, que será el primero en el que el Viejo Continente no podrá contar con el gas ruso tras el cierre de los grifos por parte de Putin en respuesta a las sanciones europeas, tensionará los precios. Con todo, Europa ha aprendido la lección y es previsible que eleve al máximo posible el almacenamiento de gas en sus instalaciones para evitar que el coste del hidrocarburo vuelva a dispararse tras el verano.

Pero eso no quiere decir que deban descartarse incrementos, por lo que es imposible quitar a la energía de la ecuación del IPC. Algo parecido ocurre con los alimentos. Su primera bajada en casi un año no debe llevar al error de considerar que esta variable empezará a restar al IPC. El hecho de que la sequía y la guerra en Ucrania sean aún problemas sin resolver impide atisbar aún el fin de la tendencia alcista en los costes de los alimentos en origen.

Todo ello deja claro que sería prematuro estimar que las primeras buenas noticias abocan al fin de la pesadilla de la inflación. Por desgracia, este asunto aún estará encima de la mesa durante bastante tiempo, al menos durante todo 2023 y buena parte del 24. Es por tanto más que probable que el consumo y la actividad de las empresas sigan afectados por los altos precios y se frene la recuperación de la economía española. 

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